martes, 28 de julio de 2009

Ponerse a disposición de los movimientos populares, no suplantarlos

Estimados amigos: A continuación les presento seis artículos de Marta Harnecker publicados en Ideas para la lucha, en los cuales reflexiona acerca de los partidos de Izquierda y el movimiento popular. Son reflexiones importantes que alumbran y nos ayudan a encontrar los caminos organizativos necesarios en el camino a una mejor sociedad. Desde que estos artículos fueron publicados mucho más se ha avanzado en estas reflexiones, como han podido ver, en los ensayos de Ezequiel Adamovsky y los expuestos de manera humilde en los "Apuntes para la construcción de partidos comunales". Estos artículos cobran importancia porque trata de una intelectual reconocida y admirada, con justa razón, en América Latina y el mundo, la cual con sus libros y cuadernos educo toda una generación militante.


 

Marta Harnecker

Ponerse a disposición de los movimientos populares,
no suplantarlos


 

1. Hemos dicho en otro lugar que la política es el arte de construir la fuerza social y política que permita cambiar la correlación de fuerzas para hacer posible en el futuro lo que aparece como imposible en lo inmediato. Pero, para lograr construir fuerza social es necesario que las organizaciones políticas expresen un gran respeto por el movimiento popular; que contribuyan a su desarrollo autónomo, dejando atrás todo intento de manipulación. Deben partir de la base de que ellas no son las únicas que tienen ideas y propuestas y que, por el contrario, el movimiento popular tiene mucho que ofrecerles, porque en su práctica cotidiana de lucha va también aprendiendo, descubriendo caminos, encontrando respuestas, inventando métodos, que pueden ser muy enriquecedores.

2. Tienen que sacarse de la cabeza que sólo ellas generan ideas creadoras, novedosas, revolucionarias, transformadoras Y por ello su papel no es sólo hacerse eco de las reivindicaciones y demandas que vienen de los movimientos sociales, sino que también deben estar dispuestas a recoger ideas y conceptos que irán a enriquecer su propio arsenal conceptual.

3. Tanto los dirigentes políticos como sociales deben abandonar el método de llegar con esquemas preelaborados. Hay que luchar por eliminar todo verticalismo que anule la iniciativa de la gente. El papel de los dirigentes debe ser el de contribuir con sus ideas y experiencias a hacer crecer y a fortalecer al movimiento popular y no a suplantar a las masas.

4. Su función es empujar al movimiento de masas, o quizá más que empujar, facilitar las condiciones para que éste pueda desplegar su capacidad de enfrentarse contra quienes lo oprimen y explotan. Pero sólo se puede empujar si se trabaja hombro a hombro en las luchas locales, regionales, nacionales e internacionales del pueblo.

5. La relación de las organizaciones políticas con los movimientos populares debería ser entonces un circuito en dos direcciones: de la organización política al movimiento social y de éste a la organización política. Por desgracia, todavía suele funcionar sólo el primer sentido.

6. Hay que aprender a escuchar y hablar con la gente; hay que poner oído atento a todas las soluciones que el propio pueblo gesta para defender sus conquistar o para luchar por sus reivindicaciones y, a partir de toda la información que se recoja, debemos ser capaces de hacer un diagnóstico correcto de su estado de ánimo, y captar aquello que puede unir y generar acción, combatiendo el pensamiento pesimista, derrotista que también existe.

7. Donde sea posible debemos incorporar a las bases al proceso de toma de decisiones, eso quiere decir que hay que abrir espacios a la participación popular, pero la participación popular no es algo que se pueda decretar desde arriba. Sólo si se parte de las motivaciones de la gente, sólo si se le hace descubrir a ella misma la necesidad de realizar determinadas tareas, sólo si se gana su conciencia y su corazón, estas personas estarán dispuestas a comprometerse plenamente con las acciones que emprendan.

8. Sólo entonces, las orientaciones que se lancen no se sentirán como directivas externas al movimiento y permitirán construir un proceso organizativo capaz de llevar, si no a todo el pueblo, al menos a una parte importante de éste a incorporarse a la lucha y, a partir de ahí, se podrá ir ganando a los sectores más atrasados, más pesimistas. Cuando estos últimos sectores sientan que los objetivos por los que se lucha no sólo son necesarios, sino que es posible conseguirlos
como decía el Che , se unirán a la lucha.

9. Cuando la gente compruebe que son sus ideas, sus iniciativas, las que están siendo implementadas, se sentirá protagonista de los hechos, y su capacidad de lucha crecerá enormemente.

10. De lo dicho hasta aquí se deduce que los cuadros políticos y sociales que necesitamos para cumplir estas tareas no pueden ser cuadros con mentalidad militar
hoy no se trata de conducir a un ejército, lo que no quiere decir que en algunas coyunturas críticas, pueda y deba hacer un viraje en este sentido , ni tampoco demagogos populistas
porque no se trata de conducir a un rebaño de ovejas ; los cuadros políticos deben ser fundamentalmente cómo ya decíamos pedagogos populares, capaces de valorar las ideas e iniciativas que surgen en al propio movimiento popular.

11. Por desgracia, muchos de los actuales dirigentes se educaron en la escuela de conducir a las masas por órdenes y eso no es fácil de cambiar de un día para otro. Por eso no quiero crear una sensación de excesivo optimismo. La correcta relación de los dirigentes con las bases está lejos de estar resuelta◄


 

No imponer sino convencer

Marta Harnecker

1. Los movimientos populares y, en general, los diferentes actores sociales que hoy están en las principales trincheras de lucha contra la globalización neoliberal tanto a nivel internacional como en sus propios países rechazan, con razón, las conductas hegemonistas No aceptan la actitud de aplanadora que solían usar algunas organizaciones políticas y sociales que, aprovechándose de ser las más fuertes y acaparando cargos de dirección, pretendían instrumentalizar al movimiento. No aceptan que se intente imponer en forma autoritaria la dirección desde arriba; que se pretenda conducir al movimiento por órdenes por muy correctas que éstas sean.

2. Una actitud hegemonista en lugar de sumar fuerzas produce el efecto contrario. Por una parte, crea malestar en las otras organizaciones: éstas se sienten manipuladas y obligadas a aceptar decisiones en las que no han tenido participación alguna, y por otra, reduce el campo de los aliados, ya que una organización que asume una posición de este tipo es incapaz de captar los reales intereses de todos los sectores populares y crea en muchos de ellos desconfianza y escepticismo.

3. Pero luchar contra el hegemonismo no significa renunciar a luchar por ganar la hegemonía que no es otra cosa que tratar de conquistar, de persuadir a los demás de lo correcto de nuestros criterios y de lo válidas que son nuestras propuestas.

4. Para ganar la hegemonía no se requiere inicialmente ser muchos, basta con unos pocos. La hegemonía lograda por el Movimiento 26 de Julio conducido por Fidel Castro en Cuba, nos parece una prueba suficientemente convincente de esta afirmación.

5. Más importante que crear un poderoso partido con un gran número de militantes es levantar un proyecto político que refleje las aspiraciones más sentidas del pueblo y, por eso mismo, conquiste su mente y su corazón. Lo importante es que su política sea respaldada por las masas, que concite consenso en la mayoría de la sociedad.

6. Hay partidos que se vanaglorian del gran número de militantes que tienen, pero, de hecho, sólo conducen a sus afiliados. Lo central no es, entonces, que el partido sea grande o pequeño, lo que interesa es que la mayoría de la gente se sienta identificada con sus propuestas

7. En lugar de imponer e instrumentalizar, hay que convencer y sumar a todos los que se sientan atraídos por el proyecto que se pretende realizar. Y sólo se suma si se respeta a los demás, si se es capaz de compartir responsabilidades con otras fuerzas.

8. Hoy, sectores importantes de la izquierda han llegado a la comprensión de que su hegemonía será mayor cuando logren que más gente siga sus propuestas, aunque éstas no aparezcan bajo su sello. Hay que abandonar la antigua práctica equivocada de pretender
cobrar derechos de autor a las organizaciones que osan levantar sus banderas.

9. Si se logra conquistar para esas ideas a un número importante de líderes naturales, se asegura con ello que sus ideas lleguen en forma más efectiva a los distintos movimientos populares. Es importante también conquistar para el proyecto a personalidades destacadas en el ámbito nacional, porque ellas son formadoras de opinión pública y serán eficaces instrumentos para divulgar las propuestas y conquistar nuevas adhesiones.

10. Pensamos que una buena manera de medir la hegemonía alcanzada por una organización es examinar cuántos líderes naturales y personalidades han asumido sus ideas y, en general, cuántas personas se sienten identificadas con ellas.

11. El grado de hegemonía alcanzado
por una organización política no puede medirse entonces por la cantidad de cargos que se logre conquistar. Lo fundamental es que quienes están en cargos de dirección en las diversas organizaciones y movimientos hagan suyas e implementen las propuestas elaboradas por esa organización, aunque no sean militantes de ella.

12. Una prueba de la consecuencia de una agrupación política que se declara no hegemonista es justamente ser capaz de proponer para los diferentes cargos a los mejores hombres, sean estos de su propio partido o sean independientes o de otros partidos. De las figuras que la izquierda sea capaz de levantar dependerá en gran medida la credibilidad que el pueblo tenga en su proyecto.

13. Por supuesto que esto es más fácil de decir que de practicar. Suele ocurrir que cuando una organización es fuerte ésta tienda a subvalorar el aporte que puedan hacer otras organizaciones y que tienda a imponer sus ideas. Es más fácil hacer esto que arriesgarse al desafío que significa ganar la conciencia de la gente. Mientras más cargos se tiene, más atento hay que estar de no caer en afanes hegemonistas.

14. Por otra parte, el concepto de hegemonía es un concepto dinámico, la hegemonía no se gana de una vez y para siempre. Mantenerla es un proceso que tiene que ser recreado permanentemente. La vida sigue su curso, aparecen nuevos problemas, y con ellos nuevos retos.◄


 


 

¿Hay que rechazar el centralismo burocrático
y practicar sólo el consenso?

Marta Harnecker
1. Los partidos de izquierda fueron durante mucho tiempo muy autoritarios. Lo que se practicaba habitualmente era un centralismo burocrático muy influido por las experiencias del socialismo soviético. Todos los criterios, tareas, iniciativas, líneas de acción eran decididos por la cúpula partidaria, sin conocimiento ni debate con la militancia, limitándose ésta a acatar órdenes que nunca discutía y muchas veces no comprendía. Una actitud de este tipo aparece como cada vez más intolerable para la mayoría de la gente.

2. Pero al luchar contra esta desviación centralista burocrática se debe evitar caer en desviaciones de ultrademocratismo, que llevan a que se gaste más tiempo en discutir que en actuar, porque todo, aún lo innecesario, se somete a discusiones que muchas veces esterilizan toda acción concreta.

3. Al criticar la desviación burocrática del centralismo, se ha tendido en estos últimos tiempos a rechazar todo tipo de dirección central.

4. Se habla de la necesidad de organizar grupos a todos los niveles de la sociedad y de que esto grupos apliquen una estricta democracia interna ideas que evidentemente compartimos Lo que no compartimos es que se afirme que no hay que esforzarse por tratar de darles una organicidad común. En pro de la democracia, la flexibilidad, y el deseo de dar la batalla en muy diferentes frentes, se rechazan los esfuerzos determinar las prioridades estratégicas y por pretender unificar su acción.

5. Para algunos el único método aceptable es el del consenso. Se argumento que con él se busca no imponer decisiones sino lograr interpretar a todos. Pero este método, que busca el acuerdo de todos y que aparece como más democrático, a veces es mucho más antidemocrático, porque otorga derecho a veto a una minoría: al extremo que una sola persona puede impedir que se lleguen a implementar acuerdos que cuentan con un apoyo inmensamente mayoritario.

6. Por otra parte, la complejidad de los problemas, la amplitud de la organización y los tiempos de la política que obligan a tomar decisiones rápidas en determinadas coyunturas hacen casi imposible la utilización de la vía del consenso en muchas ocasiones, aunque se descarte su uso manipulador.

7. Creo que no se puede pensar en eficacia política sin conducción unificada que defina las acciones a realizar en los distintos momentos de la lucha y para lograr esta definición es preciso que se dé una discusión amplia, donde todos opinen y que finalmente se adopten acuerdos que todos deben cumplir.

8. Para lograr una acción coordinada, los organismos inferiores deben tomar en cuenta en sus decisiones las indicaciones que hagan los organismos superiores y aquéllos cuyas posiciones han quedado en minoría deben someterse en la acción a la línea que triunfa, desarrollando junto a los demás miembros las tareas que se desprenden de ella.

9. Una instancia política que pretende seriamente luchar por transformar la sociedad no puede darse el lujo de tener en su seno elementos indisciplinados que rompan la unidad de acción, sin la cual no hay acción política eficaz.

10. Esta combinación de dirección central única y discusión democrática en los distintos niveles de la organización es lo que se llama centralismo democrático Se trata de una combinación dialéctica: en períodos políticos complicados, de auge revolucionario o de guerra, no queda otra solución que acentuar el polo centralista; en períodos de calma, donde el ritmo de los acontecimientos es más lento, debe acentuarse el polo democrático.

11. Personalmente no veo cómo se puede concebir una acción política exitosa si no se logra una acción unificada y para ello no creo que exista otro método que el del centralismo democrático si no se ha logrado el consenso.

12. Una correcta combinación del centralismo y la democracia
estimula la iniciativa de los dirigentes y, sobre todo, de todos los militantes. Sólo la acción creadora en todos los niveles de la organización política o social es capaz de asegurar el avance de nuestras luchas. Una vida democrática insuficiente impide desplegar toda la iniciativa creadora de los militantes, con la consiguiente baja de su rendimiento político. En la práctica esta iniciativa se manifiesta en sentido de responsabilidad, en orden en el trabajo, en coraje y aptitud para resolver problemas, para expresar opiniones, para criticar defectos, así como en el control ejercido, con esmero de camarada, sobre los organismos superiores.

13. Sólo una correcta combinación del centralismo y la democracia torna eficaces las decisiones que se adoptan, porque el haber participado en la discusión y toma de decisiones compromete más a cada uno de los actores.

14. Lo que hay que evitar cuando se aplica el método del centralismo democrático, es pretender usar las mayorías estrechas para tratar de aplastar a quienes quedaron en minoría. Los movimientos sociales y políticos más maduros consideran que no tiene sentido imponer una medida adoptada por una mayoría estrecha. Estiman que, si no es la gran mayoría de sus militantes la que está convencida de las medidas a adoptar, es preferible esperar que la gente vaya madurando y llegue a convencerse por sí misma de lo correcto de esa medida Eso evita las nefastas divisiones internas que suelen aquejar a los movimientos y partidos de izquierda y previene que se cometan errores de gran envergadura. ◄


 

Razones del escepticismo popular
respecto a la política y a los políticos

Marta Harnecker
1. Decía en un artículo anterior que para luchar eficazmente contra el neoliberalismo es necesario lograr articular a todos los que sufren sus consecuencias, y para conseguir este objetivo debemos empezar por la propia izquierda que en nuestros países suele estar muy dispersa. Pero no son pocos los obstáculos que se nos interponen en esta tarea. Estar conscientes de ellos y preparase para enfrentarlos es el primer paso para poder superarlos.

2. Uno de estos obstáculos es el creciente escepticismo popular en relación con la política y los políticos.

3. Esto tiene que ver entre otras cosas con las grandes limitaciones que hoy tienen nuestros sistemas democráticos, muy diferentes a los que existían a antes de las dictaduras militares.

4. Estos regímenes de democracia tutelada, limitada, restringida, controlada o de baja intensidad limitan drásticamente la capacidad efectiva de las autoridades electas democráticamente. Las principales decisiones son tomadas en órganos de carácter permanente, no electos, y, por lo tanto, no sujetos a cambios producto de los resultados electorales, como el Consejo de Seguridad Nacional, el Banco Central, las instancias económicas asesoras, la Corte Suprema, la Contraloría, el Tribunal Constitucional.

5. Grupos de profesionales y no de políticos son los que hoy adoptan las decisiones o tienen una influencia decisiva sobre éstas. La aparente neutralidad y despolitización de dichos órganos oculta una nueva manera de hacer política de la clase dominante. Sus decisiones se adoptan al margen de los partidos. Se trata de democracias controladas, cuyos controladores no están sometidos a ningún mecanismo democrático.

6. Por otra parte se han perfeccionado enormemente los mecanismos de fabricación del consenso, monopolizados por las clases dominantes, que condicionan en un alto grado la forma en que la gente percibe la realidad.
Sólo esto explica que sean los partidos más conservadores, que defienden los intereses de una ínfima minoría de la población, los que hayan logrado transformarse cuantitativamente en partidos de masas y que la base social de apoyo de sus candidatos, al menos en América Latina, sean los sectores sociales más pobres de la periferia de las ciudades y del campo.

7. Otros elementos que explican el escepticismo reinante son, por un lado, la apropiación inescrupulosa por parte de la derecha del lenguaje de la izquierda: palabras como reformas, cambios de estructura, preocupación por la pobreza, transición, forman hoy parte de su discurso habitual; y, por otro, la adopción bastante frecuente por parte de los partidos de izquierda de una práctica política muy poco diferenciada de la práctica habitual de los partidos tradicionales.

8. Tenemos que tener muy presente que cada vez más la gente rechaza las prácticas partidarias clientelistas, poco transparentes y corruptas, de aquellos que sólo se acercan al pueblo en momentos electorales, que pierden energías en luchas intestinas, de fracciones y pequeñas ambiciones; donde las decisiones son adoptadas por las cúpulas partidarias sin una real consulta con las bases y prima el liderazgo unipersonal sobre el colectivo. Repudia crecientemente los mensajes que se quedan en meras palabras, que no se traducen en actos.

9. La gente común y corriente está harta del sistema político tradicional y quiere cosas nuevas, quiere cambios, quiere nuevas formas de hacer política, quiere una política sana, quiere transparencia y participación, quiere recuperar la confianza.

10. Esta decepción de la política y los políticos que crece día a día y que permea también a la izquierda social no es grave para la derecha, pero para la izquierda sí lo es. La derecha puede perfectamente prescindir de los partidos políticos, como lo demostró durante los períodos dictatoriales, pero la izquierda no puede prescindir de un instrumento político sea éste un partido, un frente político u otra fórmula.

11. Otro obstáculo para la unidad de la izquierda es que luego de la derrota del socialismo soviético, la crisis del estado benefactor impulsado por la socialdemocracia europea y del desarrollismo populista latinoamericano, ésta tiene grandes dificultades para elaborar una propuesta alternativa al capitalismo socialista o como se la quiera llamar rigurosa y creíble, que pueda asumir los datos de la nueva realidad mundial.

12. El capitalismo ha revelado su gran capacidad de reciclarse y de usar la nueva revolución tecnológica a su favor; fragmentando a la clase obrera, limitando su poder de negociación, sembrando el pánico de la desocupación, mientras la izquierda se ha quedado muchas veces anclada en el pasado. Existe un exceso de diagnóstico y una ausencia de terapéutica. Solemos navegar políticamente sin brújula.

13. La mayor parte de los obstáculos aquí señalados provienen de realidades que se nos imponen desde fuera, pero hay también obstáculos que dificultan los intentos por articular a toda la izquierda que provienen de su propio seno.

14. Por una parte, la izquierda partidaria, en las últimas décadas, ha tenido muchas dificultades para trabajar con los movimientos sociales y acercarse a los nuevos actores sociales Y, por otra, en la izquierda social ha habido una tendencia a descalificar a los partidos y a magnificar su propio papel en la lucha contra la globalización neoliberal, actitud que no ha ayudado a superar la dispersión de la izquierda. Nuestro próximo artículo se abocará a examinar estas cuestiones.◄


 


 


 

Respetar las diferencias
y flexibilizar la militancia

Marta Harnecker


 

1. Todavía existe en la izquierda una dificultad para trabajar con las diferencias. La tendencia, especialmente de los partidos de clase, fue siempre tender a homogeneizar la base social en la que actuaban. Si eso se justificó alguna vez dada la identidad y homogeneidad de la propia clase obrera con la que trabajaban prioritariamente, en este momento es anacrónica frente a actores sociales tan diversos. Hoy se trata cada vez más de la unidad en la diversidad, del respeto a las diferencias étnicas, culturales, de género, y de sentimiento de pertenencia a colectivos específicos.

2. Se hace necesario realizar un esfuerzo por encauzar los compromisos militantes partiendo de las potencialidades propias de cada sector o individuo, sin buscar homogeneizar a los actores. Es importante tener una especial sensibilidad para percibir también todos aquellos puntos de encuentro que puedan permitir levantar, a partir de la consideración de las diferencias, una plataforma de lucha común.

3. Este respeto a las diferencias debe reflejarse también en el lenguaje. Es fundamental que se rompa con el viejo estilo de pretender llevar mensajes uniformes a gente con muy distintos intereses. No se puede estar pensando en masas amorfas, lo que existe son individuos, hombres y mujeres que están en distintos lugares, haciendo cosas diferentes y sometidos a influencias ideológicas diferentes; el mensaje tiene que adoptar formas flexibles para llegar a ese hombre concreto.

4. Cuando todos los discursos y los mensajes vienen hechos de la misma tela y se trasmiten de la misma forma y con las mismas palabras, pronunciadas en el mismo tono y por el mismo megáfono, cuando pasan los años y la pinta y la consigna no cambian, la palabra se devalúa. Es moneda que ya no compra la imaginación de nadie.

5. Hay que individualizar el mensaje, pero sin perder de vista los objetivos comunes.

6. Y nos parece iluminador este tema del respeto a las diferencias para examinar el tema de la crisis de la militancia. Como es de todos conocidos, durante estos últimos años se ha producido una crisis de militancia bastante generalizada, no sólo en los partidos de izquierda sino también en los movimientos sociales y en las comunidades cristianas de base, que no es ajena a los cambios que ha sufrido el mundo. Sin embargo, junto a esta crisis de militancia en muchos de nuestros países se ha dado paralelamente un crecimiento de la influencia de la izquierda en la sociedad, y aumenta la sensibilidad de izquierda en los sectores populares.

7. Esto hace pensar que uno de los factores que podría estar en el origen de esta crisis es el tipo de exigencias que se le plantean a la persona para que ésta se pueda incorporar a una práctica militante organizada. Habría que examinar si la izquierda ha sabido abrir cauces de militancia para hacer fértil esa creciente sensibilidad de izquierda en la sociedad, porque no todas las personas tienen la misma vocación militante ni se sienten inclinadas a militar en forma permanente. Eso fluctúa dependiendo mucho de los momentos políticos que se viven. No estar atentos a ello y exigir una militancia uniforme es auto limitar y debilitar a la organización política.

8. Hay, por ejemplo, quienes están dispuestos a militar en un área temática: salud, educación, cultura, y no en un núcleo de su centro de trabajo o en una estructura territorial. Hay otros que se sienten llamados a militar sólo en determinadas coyunturas (electorales u otras) y no están dispuestos a hacerlo todo el año, aunque en momentos claves de la lucha política siempre se cuenta con ellos y en su vida cotidiana promueven el proyecto y los valores de la izquierda.

9. Tratar de encasillar a la militancia en una norma única, igual para todos, en una militancia de las veinticuatro horas del día y los siete días de la semana, es dejar fuera a todo este potencial militante.

10. Tenemos que crear un tipo de organización que dé cabida a los más diferentes tipos de militancia, donde se admitan diversos grados de formalización. Las estructuras orgánicas deben abandonar su rigidez y flexibilizarse para optimizar este compromiso militante diferenciado, sin que se establezca un valor jerárquico entre ellas.

11. Una de las cosas criticables de la organización leninista de partido es haber uniformado las instancias orgánicas sin tener en cuenta la diferencia de cada medio social. Las células o núcleos se estructuraban en forma exactamente igual en todos lados sin tener en cuenta lo específico de cada ámbito: una fábrica no es igual a un latifundio o a una escuela universitaria o a un canal de televisión.

12. Para facilitar esta militancia diferenciada se hace necesario adaptar la estructura y los organismos de base a la naturaleza del medio en que se desenvuelve la actividad militante.◄


 


 


 

Estrategia para construir la unidad

Marta Harnecker
1. Me he referido anteriormente a la necesidad de construir la unidad de todas las fuerzas y actores de izquierda para conformar en torno a ella un amplio bloque anti neoliberal. Sin embargo, no creo que este objetivo pueda ser logrado de manera voluntarista, creando desde arriba coordinaciones que pueden terminar siendo sólo una suma de siglas.

2. Pienso que es en la lucha concreta por objetivos comunes donde se puede ir gestando esta unidad. Y por ello me parece que se crearían mejores condiciones para esa articulación si ponemos en práctica una nueva estrategia de lucha anticapitalista.

3. Se trata de una estrategia que toma en cuenta las importantes transformaciones sociales, políticas, económicas y culturales ocurridas en los últimos tiempos en el mundo. Que entiende que las nuevas formas de dominación del capitalismo van mucho más allá del ámbito económico y estatal y que éstas se infiltran en todos los intersticios de la sociedad fundamentalmente a través de los medios de comunicación de masas que invaden indiscriminadamente los hogares de todos los sectores sociales cambiando las condiciones de la lucha

4. Hoy más que antes debemos enfrentar no sólo los aparatos de coerción política de las clases dominantes sino los mecanismos e instituciones presentes en la sociedad civil que generan una aceptación popular del orden social capitalista. Estas suelen lograr una significativa hegemonía sobre importantes sectores populares, una dirección cultural sobre la sociedad; tienen capacidad para subordinar ideológicamente a las clases dominadas. Ya se ha dicho que la propaganda es a la democracia burguesa lo que la cachiporra al estado totalitario.

5. Nuestro desafío entonces es elaborar una estrategia revolucionaria en condiciones de una democracia burguesa que goza de un nivel suficiente de aceptación por parte de los sectores populares
como para poder mantenerse sin tener que recurrir a la represión; es más, hay que partir por reconocer que extensos sectores populares aceptan de buen agrado la conducción capitalista del proceso.

6. Por esta razón, la mera propaganda de una sociedad alternativa hoy no basta La mayor complejidad que asume la dominación, la presencia de importantes factores extra estatales que producen y reproducen la desarticulación popular actual y que pretenden desprestigiar ante la opinión pública el pensamiento y proyecto de la izquierda, exigen que ésta demuestre en la práctica aquello que prédica

7. Para ello, en los territorios y espacios conquistados la izquierda debe desarrollar procesos de construcción popular alternativos al capitalismo, que busquen romper con la lógica del lucro y las relaciones que ella impone, tratando de instalar lógicas solidarias, humanistas.

8. Debe impulsar luchas que no se reduzcan a la simple demanda de reivindicaciones económicas aunque necesariamente las tiene que incorporar sino que avancen en el desarrollo de un proyecto social más global que gesten auténticos grados de poder desde la base.

9. Se trata de construir experiencias de democracia popular que sean tangiblemente superiores a la democracia burguesa. Por ejemplo, construir un proyecto de ciudad humanista y solidario en un gobierno local, promoviendo diversas instancias participativas que permitan que el vecino se transforme en un miembro activo de su comunidad. O construir un polo de asentamientos rurales, donde los campesinos puedan establecer diversas formas de colaboración entre ellos, no sólo en la producción agrícola, sino en la industrialización y comercialización de sus productos, en la educación de sus hijos y la formación de sus cuadros de acuerdo a un modelo que prefigure la nueva sociedad. O construir una federación estudiantil que defienda una participación democrática de los estudiantes en la gestión de una universidad comprometida con la sociedad, O construir una central sindical que ponga fin a las direcciones burocráticas separadas de las bases, que defienda un sindicalismo socio-político, que supere el mero reivindicacionismo económico, planteándose como objetivo su inserción activa en la transformación social.

10. Una estrategia de este tipo facilita enormemente la articulación de todos los sectores de la izquierda, tanto de los militantes de partidos como de los militantes sociales, porque permite hacer un tipo de convocatoria diferente. Para militar no hay que adherir necesariamente a un partido, a un frente, a un movimiento, se puede militar colaborando en la puesta en práctica del proyecto de construcción alternativa.

11. Más que una utopía propagandizada, que se intenta estérilmente introducir en forma pasiva en la cabeza de los hombres y mujeres del pueblo, como enseñanza iluminista sin una práctica de construcción concreta , se trata de construcciones democráticas populares referenciales que, por reflejar prácticas diferentes, tienden a atraer a nuevos sectores.

12. Por otra parte, sólo a partir de esas prácticas es como mucha gente comienza a entender que para expandir sus proyectos humanistas y solidarios es necesario terminar con el sistema capitalista, que con su lógica del lucro plantea enormes dificultades a cualquier tipo de construcción alternativa.

13. Urge, entonces, terminar con el "tacticismo" de los atajos, con el coyunturalismo, con los brotes agitativos pasajeros, y enhebrar una práctica centrada en el impulso de luchas democráticas de base, en la construcción local de formas de poder y de democracia popular, que permita definir el sentido accesorio y la oportunidad de la lucha electoral, u otras formas de lucha. De lo contrario, éstas últimas prácticas no superarán el largo hilo de inmediatismos de los últimos años.

14. Pero también urge superar el basismo, el localismo, el apoliticismo, el corporativismo, que limita la lucha de los sectores populares a horizontes gremiales o luchas económicas


 


 


 

sábado, 25 de julio de 2009

Problemas de la política autónoma. Por Ezequiel Adamovsky -

Fuente: Indymedia Argentina

[un ensayo sobre estrategia para la política emancipatoria]

Problemas de la política autónoma:
pensando el pasaje de lo social a lo político

Primera parte: Dos hipótesis sobre una nueva
estrategia para la política autónoma

Me propongo presentar aquí algunas hipótesis generales relativas a los problemas de estrategia de los movimientos emancipatorios anticapitalistas. Me interesa pensar las condiciones para dotarnos de una política emancipatoria efectiva, con capacidad para cambiar radicalmente la sociedad en que vivimos. Aunque no tendré espacio para analizar aquí casos concretos, estas reflexiones no son fruto de un ejercicio meramente "teórico", sino que parten de un intento por interpretar las tendencias propias de una serie de movimientos en los que he tenido ocasión de participar –el de asambleas populares en Argentina o algunos procesos del Foro Social Mundial y otras redes globales– o que he seguido de cerca en los últimos años –como el movimiento piquetero en Argentina o el zapatista en México.
Daré por sentados, sin discutirlos, tres principios que considero suficientemente demostrados, y que distinguen la política anticapitalista de la de la izquierda tradicional. Primero, que cualquier política emancipatoria debe partir de la idea de un sujeto múltiple que se articula y define en la acción común, antes que suponer un sujeto singular, pre-determinado, que liderará a los demás en el camino del cambio. Segundo, que la política emancipatoria necesita adquirir formas prefigurativas o anticipatorias, es decir, formas cuyo funcionamiento busque no producir efectos sociales contrarios a los que dice defenderse (por ejemplo, la concentración de poder en una minoría). Tercero, que de los dos principios anteriores se deriva la necesidad de cualquier proyecto emancipatorio de orientarse hacia el horizonte de una política autónoma. Es una 'política autónoma' aquella que apunta a la autonomía del todo cooperante, es decir, a la capacidad de vivir de acuerdo a reglas definidas colectivamente por y para el mismo cuerpo social que se verá afectado por ellas. Pero es una 'política autónoma' porque supone que la multiplicidad de lo social requiere instancias políticas de negociación y gestión de diferencias, es decir, instancias que no surgen necesaria ni espontáneamente de cada grupo o individuo, sino que son fruto de acuerdos variables que cristalizan en prácticas e instituciones específicas.
Cuadro de situación: la debilidad de la política autónoma
Desde el punto de vista de la estrategia, los movimientos emancipatorios en la actualidad se encuentran, esquemáticamente, en dos situaciones. La primera es aquella en la que consiguen movilizar una energía social más o menos importante en favor de un proyecto de cambio social radical, pero lo hacen a costa de caer en las trampas de la política heterónoma. Por 'política heterónoma' refiero a los mecanismos políticos a traves de los cuales se canaliza aquella energía social de modo tal de favorecer los intereses de los poderosos, o al menos de minimizar el impacto de la movilización popular. Hay muchas variantes de este escenario:
-Por ejemplo el caso de Brasil, en el que un vasto movimiento social eligió construir un partido político, adoptó una estrategia electoral más o menos tradicional, logró hacer elegir a uno de los suyos como presidente, sólo para ver toda esa energía reconducida hacia una política que rápidamente olvidó sus aristas radicales y se acomodó como un factor de poder más dentro del juego de los poderosos.
-Otro ejemplo es el de algunos grupos y campañas con contenidos emancipatorios que, como algunas secciones del movimiento ambientalista, sindical, feminista, gay, de derechos humanos, por la justicia global, etc., se convierten en un reclamo singular, se organizan institucionalmente, y maximizan su capacidad de hacer lobby desligándose del movimiento emancipatorio más amplio y aceptando –si no en teoría, al menos en sus prácticas– los límites que marca la política heterónoma.
La segunda situación es la de aquellos colectivos y movimientos que adoptan un camino de rechazo estratégico de cualquier vínculo con la política heterónoma, pero encuentran grandes dificultades para movilizar voluntades sociales amplias o generar cambios concretos:
-Por ejemplo, los movimientos sociales autónomos que sostienen importantes luchas (incluso muy radicalizadas y hasta insurreccionales), pero que al no desarrollar modos de vincularse con la sociedad como un todo y/o resolver la cuestión del estado, terminan pereciendo víctimas de la represión o de su propio debilitamiento paulatino, o sobreviven como un pequeño grupo encapsulado y de poca capacidad subversiva.
-Otro ejemplo es el de algunas secciones del movimiento de resistencia global, con gran capacidad de hacer despliegues importantes de acción directa, pero que, al igual que el caso anterior, encuentran límites a su expansión en su poca capacidad de vincularse con la sociedad como un todo.
-Finalmente, existen colectivos radicales que pueden reivindicar diferentes ideologías (marxismo, anarquismo, autonomismo, etc.), pero que se encapsulan en una política puramente 'narcisista'; es decir, están más preocupados por mantener su propia imagen de radicalidad y 'pureza' que por generar un cambio social efectivo; funcionan muchas veces como pequeños grupos de pertenencia de escasa relevancia política.
Estas dos situaciones constituyen una distinción analítica que no debe hacernos perder de vista la cantidad de grises que hay entre ellas, los interesantísimos experimentos de nuevas formas políticas que hay por todos lados, y los logros importantes que muchos grupos pueden exhibir. A pesar de las observaciones críticas que he hecho, todos estas opciones estratégicas nos pertenecen: son parte del repertorio de lucha del movimiento social como un todo, y expresan deseos y búsquedas emancipatorios que no podemos sino reconocer como propios.
Y sin embargo, es indudable que necesitamos nuevos caminos de desarrollo para que la política autónoma pueda salir del impasse estratégico en el que nos encontramos. Por todas partes existen colectivos que, en su pensamiento y en sus prácticas, intentan salir de este impasse. El viraje estratégico iniciado por los zapatistas recientemente con su Sexta Declaración es quizás el mejor ejemplo, pero de ningún modo el único. Lo que sigue es un intento por contribuir a esas búsquedas.
Hipótesis uno:
Sobre las dificultades de la izquierda a la hora de pensar el poder (o qué 'verdad' hay en el apoyo popular a la derecha)
Partamos de una pregunta incómoda: ¿por qué, si la izquierda representa la mejor opción para la humanidad, no sólo no consigue movilizar apoyos sustanciales de la población, sino que ésta incluso suele simpatizar con opciones políticas del sistema, en ocasiones claramente de derecha? Evitemos respuestas simplistas y paternalistas del tipo "la gente no entiende", "los medios de comunicación…", etc., que nos llevan a un lugar de superioridad que ni merecemos, ni nos es políticamente útil. Por supuesto, el sistema tiene un formidable poder de control de la cultura para contrarrestar cualquier política radical. Pero la respuesta a nuestra pregunta no puede buscarse sólo allí.
Más allá de cuestiones coyunturales, el atractivo perenne de la derecha es que se presenta como (y al menos en algún sentido realmente es) una fuerza de orden. ¿Pero por qué el orden habría de tener tal atractivo para quienes no pertenecen a la clase dominante? Vivimos en una sociedad que reproduce y amplía cada vez más una paradójica tensión constitutiva. Cada vez estamos más 'descolectivizados', es decir, más atomizados, crecientemente aislados, convertidos en individuos sin vínculos fuertes con el prójimo. Al mismo tiempo, nunca en la historia de la humanidad existió una interdependencia tan grande en la producción de lo social. La división social del trabajo ha alcanzado una profundidad tal, que a cada minuto, aunque no lo percibamos, nuestra vida social depende de la labor de millones de personas de todas partes del mundo. En la sociedad capitalista, las instituciones que permiten un grado de cooperación social de tan grande escala son, paradójicamente, aquellas que nos separan del prójimo y nos convierten en individuos aislados y sin ninguna responsabilidad frente a los otros: el mercado y el (su) estado. Ni al consumir, ni al votar un candidato tenemos que rendir cuentas frente a los demás: son actos de individuos aislados.
Tal interdependencia hace que la totalidad de lo social requiera, como nunca antes, que todos hagamos nuestra parte del trabajo en la sociedad. Si un número incluso pequeño de personas decidiera de alguna manera entorpecer el 'normal' desarrollo de la vida social, podría sin grandes dificultades causar un caos de amplias proporciones. Para poner un ejemplo, si un campesino decide que hoy no trabajará su tierra, no pone en riesgo la labor o la vida de su vecino; pero si el operador de la sala de coordinación del sistema de subterráneos o de una central eléctrica decide que hoy no irá a su trabajo, o si el corredor de la bolsa de valores echa a correr un rumor infundado, su decisión afectaría las vidas y las labores de cientos de miles de personas. La paradoja es que justamente el creciente individualismo y la desaparición de toda noción de responsabilidad frente al prójimo incrementa como nunca las posibilidades de que, de hecho, haya quien haga cosas que afecten seriamente las vidas de los demás sin pensarlo dos veces. Nuestra interdependencia real en muchas areas vitales contrasta, paradójicamente, con nuestra subjetividad de individuos socialmente irresponsables.
Como individuos que vivimos sumidos en esta tensión, todos experimentamos en mayor o menos medida, consciente o inconscientemente, la angustia por la continuidad del orden social y de nuestras propias vidas, en vista de la vulnerabilidad de ambos. Sabemos que dependemos de que otros individuos, a quienes no conocemos ni tenemos cómo dirigirnos, se comporten de la manera esperada. Es la angustia que el cine pone en escena una y otra vez, en cientos de películas casi calcadas en las que un individuo o grupo pequeño –por maldad, afición al crimen, locura, etc.– amenaza seriamente la vida de otras personas hasta que alguna intervención enérgica –un padre decidido, un superhéroe, las fuerzas de seguridad, un vengador anónimo, etc.– vuelve a poner las cosas en su lugar. El espectador sale del cine con su angustia aplacada, aunque la tranquilidad le dure sólo un momento.
Como en el caso del cine, el atractivo político de los llamados al orden que lanza la derecha deriva de esa angustia por la posibilidad del desorden catastrófico. Y desde el punto de vista de un individuo aislado, da lo mismo si quien entorpece la vida social o personal es simplemente otro individuo que lo hace por motivos antojadizos, o un grupo social que lo hace para defender algún derecho. No importa si se trata de un delincuente, un loco, un sindicato en huelga, o un colectivo que realiza una acción directa: cuando cunde el temor a la disolución del orden social, prosperan los llamados al orden. Y la derecha siempre está allí para ofrecer su 'mano dura' (aunque sean sus propias recetas las que han producido y siguen profundizando el riesgo de la anomia).
De nada vale protestar contra esta situación: es constitutiva de las sociedades en las que vivimos. No se trata meramente de una cuestión de actitud, que pueda remediarse con mayor 'educación' política. No hay 'error' en el apoyo a la derecha: si se percibe un riesgo que amenaza la vida social, la opción por el 'orden' es perfectamente racional y comprensible en ausencia de otras factibles y mejores. En otras palabras, en el atractivo del orden hay una 'verdad' social que es necesario tener bien en cuenta. Seguramente los medios de comunicación y la cultura dominante ponen importantes obstáculos a la prédica emancipatoria. Pero creo que gran parte de nuestras dificultades a la hora de movilizar apoyos sociales tiene que ver con que raramente tenemos aquella 'verdad' en cuenta, por lo que las propuestas que hacemos de cara a la sociedad suelen no ser ni factibles, ni mejores.
Sostendré como hipótesis que la tradición de izquierda, por motivos que no tendré ocasión de explicar aquí, ha heredado una gran dificultad a la hora de pensar el orden social y, por ello, para relacionarse políticamente con la sociedad toda. La dificultad señalada se relaciona con la imposibilidad de pensar la inmanencia del poder respecto de lo social. En general, la izquierda ha pensado el poder como un ente pura y solamente parasitario, que coloniza desde afuera a una sociedad entendida como colectividad cooperante que existe previa e independientemente de ese ente externo. De allí la caracterización, en el marxismo clásico, del estado y del aparato jurídico como la 'superestructura' de una sociedad que se define fundamentalmente en el plano económico. También de allí deriva la actitud de buena parte del anarquismo, que tiende a considerar las reglas que no emanen de la voluntad individual como algo puramente externo y opresivo, y al estado como una realidad de la que fácilmente podría prescindirse sin costo para una sociedad que, se supone, ya funciona completa bajo el dominio estatal. Algo de esto hay también en algunas lecturas del autonomismo, que tienden a considerar la cooperación actual de la multitud como suficiente para una existencia autoorganizada, con sólo que el poder se quite de en medio. Es también lo que muchos de nosotros perdimos de vista al adoptar la distinción que hace John Holloway entre un poder-sobre (el poder entendido como capacidad de mando) y un poder-hacer (el poder entendido como capacidad de hacer) como si fueran dos 'bandos' enfrentados y claramente delimitados. Por el contrario, hoy sabemos que el hecho de que usemos la misma palabra para referir a ambos evidencia, precisamente, que, con frecuencia, ha sido el poder-sobre el que ha reorganizado los lazos sociales de modo de expandir el poder-hacer colectivo (en otras palabras, su papel no es meramente parasitario y exterior a la sociedad).
Lo que nos importa aquí es que, en los tres casos mencionados, se adopta, desde el punto de vista estratégico (y también en la 'cultura militante', en la forma de relacionarse con los demás, etc.) una actitud de pura hostilidad y rechazo del orden social, de las leyes y las instituciones; unos lo hacen en espera de un nuevo orden a instaurar luego de la Revolución, otros en la confianza en que lo social ya posee un 'orden' propio que hace de cualquier instancia política-legal-institucional algo innecesario.
Quizás en alguna época tuviera algún sentido estratégico pensar el cambio social de esta manera, como una obra fundamentalmente de destrucción de un orden social, de su legalidad y de sus instituciones, luego de la cual reinaría lo social directamente autoorganizado, o, en todo caso, se construiría un orden político diferente. En la Rusia de 1917, por ejemplo, podía pensarse en destruir los lazos organizados por el estado y el mercado, y esperar que algo parecido a una sociedad permaneciera todavía en pié. De cualquier forma, un 85% de la población todavía desarrollaba una economía de subsistencia en el campo, en gran medida en comunas campesinas, y se autoabastecía tanto en sus necesidades económicas, como en lo que refiere a las regulaciones 'políticas' que garantizaban la vida en común. En ese escenario, podía prescindirse con costos relativamente soportables tanto del estado como de las instituciones de mercado. (Pero aún así, debe decirse, la desarticulación de ambos durante el llamado 'comunismo de guerra' causó la muerte por inanición de decenas de miles de personas y la aparición de prácticas de canibalismo, entre otras calamidades).
Hoy, sin embargo, el escenario ha cambiado completamente. No existe ya, salvo marginalmente, ninguna sociedad 'debajo' del estado y del mercado. Por supuesto que existen muchos vínculos sociales que suceden más allá de ambos. Pero los vínculos principales que producen la vida social hoy están estructurados a través del mercado y del estado. Ambos han penetrado transformando de tal manera la vida social, que no hay ya 'sociedad' fuera de ellos. Si por arte de magia pudiéramos hacer que ambos dejaran de funcionar súbitamente, lo que quedaría no sería una humanidad liberada, sino el caos catastrófico: agrupamientos más o menos débiles de individuos descolectivizados aquí y allá, y el fin de la vida social. (La 'multitud cooperante' teorizada por el autonomismo no debe entenderse, en este sentido, como una 'sociedad' que ya existe allí por fuera del estado-mercado, sino como una presencia primera de lo social que, en su resistencia al poder, construye las condiciones de posibilidad para una vida emancipada).
De esto se deriva que plantear una estrategia política de cambio radical en exterioridad total al mercado y al estado es plantearla en exterioridad total a la sociedad. Una política emancipatoria que, como programa explícito y/o como parte de su 'cultura militante' o su 'actitud', se presente como una fuerza puramente destructiva del orden social (o, lo que es lo mismo, como una fuerza que sólo realiza vagas promesas de reconstrucción de otro orden luego de la destrucción del actual), no contará nunca con el apoyo de grupos importantes de la sociedad. Y esto es así sencillamente porque los prójimos perciben (correctamente) que tal política pone seriamente en riesgo la vida social actual, con poco para ofrecer a cambio. En otras palabras, propone un salto al vacío para una sociedad que, por su complejidad, no puede asumir ese riesgo. Se comprende entonces la dificultad de la izquierda de articular vastas fuerzas sociales en pos de un proyecto de cambio radical: la gente no confía en nosotros, y tiene excelentes motivos para no hacerlo.
A la hora de repensar nuestra estrategia, en indispensable tener en cuenta esta verdad fundamental: el caracter constitutivo e inmanente de las normas e instituciones que, sí, permiten y organizan la opresión y la explotación, pero que también y al mismo tiempo estructuran la vida social toda. En vista de lo anterior, no es posible seguir presentando a la sociedad una opción que signifique meramente la destrucción del orden actual y un salto al vacío animado por vagas promesas. Necesitamos, por el contrario, presentar una estrategia (y una actitud o cultura militante acorde) que explicite el camino de transición que permita reemplazar al estado y el mercado por otras formas de gestión de lo social; formas con el suficiente grado de eficacia y en la escala necesaria como para garantizar la continuidad de la profunda división del trabajo que hoy caracteriza nuestra vida social (me refiero, por supuesto, a la división del trabajo que potencia la cooperación social, y no a la que funda las divisiones de clase). En otras palabras, es necesario pensar una estrategia política que apunte a reemplazar el estado y el mercado por instituciones de nuevo tipo capaces de gestionar el cuerpo social. Me refiero a instituciones políticas que garanticen la realización de las tareas sociales que, por su complejidad y escala, el cuerpo social espontáneamente no está en condiciones de resolver.
La conclusión de lo anterior es que ninguna política emancipatoria que pretenda ser efectiva puede plantear su estrategia, explícita o implícitamente, en exterioridad al problema de la gestión alternativa (pero actual y concreta) de lo social. No existe política autónoma ni autonomía sin asumir responsabilidad por la gestión global de la sociedad realmente existente. Dicho de otro modo, no hay futuro para una estrategia (o una actitud) puramente destructiva que se niegue a pensar la construcción de alternativas de gestión aquí y ahora, o que resuelva ese problema o bien ofreciendo una vía autoritaria y por ello inaceptable (como lo hace la izquierda tradicional), o bien con meros escapes a la utopía y al pensamiento mágico (como el 'primitivismo', la confianza en el llamado a 'asambleas' cada vez que deba tomarse cualquier decisión, o en 'hombres nuevos' altruistas que espontáneamente actuarán siempre en bien de los demás, etc.). Para evitar confusiones: no estoy sugiriendo que los anticapitalistas debamos ocuparnos de gestionar el capitalismo actual de manera un poco menos opresiva (como supone la opción 'progresista'). Lo que intento argumentar es que que necesitamos presentar opciones estratégicas que se hagan cargo de la necesidad de tener dispositivos políticos propios, capaces de gestionar globalmente la sociedad actual y de evitar así la disolución catastrófica de todo orden, mientras caminamos hacia la instauración de un mundo sin capitalismo.
Hipótesis dos:
Sobre la necesidad de una 'interfase' que permita pasar de lo social a lo político
Sostendré como segunda hipótesis que la formulación de un nuevo camino estratégico que se haga cargo del problema recién expuesto –es decir, que no sea puramente destructivo, sino también creativo– requiere pensar, explorar, y diseñar colectivamente una 'interfase' autónoma que ligue a nuestros movimientos sociales con el plano político de la gestión global de la sociedad. No está implícito en esta afirmación el prejuicio típico de la izquierda tradicional, que piensa que la autoorganización social 'está bien', pero que la política 'de verdad' pasa por el plano partidario-estatal. No hay en la idea de la necesidad de un 'pasaje de lo social a lo político' ninguna valoración de este plano como más importante que aquél. Por el contrario, intento argumentar que una política autónoma debe estar fírmemente anclada en procesos de autoorganización social, pero necesita expandirse hasta 'colonizar' el plano político-institucional. Permítanme explicar qué es eso de la 'interfase'.
En la sociedad capitalista, el poder se estructura en dos planos fundamentales: el plano social general (biopolítico), y el plano propiamente político (el estado). Llamo 'biopolítico' al plano social en general, siguiendo a Foucault, porque el poder ha penetrado allí, en nuestras vidas y relaciones cotidianas, de un modo tan profundo que ha transformado a ambas de acuerdo a su imagen y semejanza. Las relaciones mercantiles y de clase nos han ido moldeando como sujetos de modo tal, que reproducimos nosotros mismos las relaciones de poder capitalistas. Cada uno de nosotros es agente productor de capitalismo. El poder ya no domina desde afuera, parasitariamente, sino desde adentro de la propia vida social.
Y sin embargo, en el capitalismo ese plano biopolítico no resulta suficiente para garantizar la reproducción del sistema: requiere también de un plano que llamaremos 'político' a secas: el del estado, las leyes, las instituciones, etc. Es este plano político el que garantiza que las relaciones biopolíticas en las que descansa el capitalismo funcionen aceitadamente: corrige desviaciones, castiga infracciones, decide cómo y hacia qué lugar direccionar la cooperación social, se ocupa de realizar tareas de gran escala que el sistema necesita, monitorea todo, y funciona como punta de lanza para que los vínculos biopolíticos capitalistas penetren cada vez más profundo. En otras palabras, el plano político se ocupa de la gestión global de lo social; bajo el capitalismo lo hace asumiendo una forma estatal.
En el capitalismo actual, el plano social (biopolítico) y el estatal (político) cuentan con una 'interfase' que los conecta: las instituciones representativas, los partidos, las elecciones, etc. A través de estos mecanismos (lo que suele llamarse 'la democracia') el sistema garantiza un mínimo de legitimidad para que la gestión global de lo social pueda realizarse. En otras palabras, es la interfase 'eleccionaria' la que asegura que la sociedad en general acepte que haya un cuerpo especial de autoridades que decidan sobre los demás. Pero se trata de una interfase heterónoma, porque crea esa legitimidad no en función del todo cooperante (la sociedad), sino en beneficio de sus clases dominantes. La interfase heterónoma canaliza la energía política de la sociedad de modo de impedir su auto-determinación.
Sostendré que la nueva generación de movimientos emancipatorios que está emergiendo desde hace algunos años viene haciendo formidables avances en el terreno biopolítico, pero encuentra dificultades para pasar de ese plano al político. Existen innumerables movimientos territoriales y colectivos de toda clase en todo el mundo que vienen poniendo en práctica formas de organización y de lucha que desafían los principios que rigen la vida social capitalista. La 'biopolítica' de estos movimientos crea –aunque sea en el ámbito local y hasta ahora en pequeña escala– relaciones humanas de nuevo tipo, horizontales, colectivistas, solidarias, no-mercantiles, autónomas, al mismo tiempo que lucha por destruir el capitalismo. Pero no hemos encontrado hasta ahora una estrategia política que nos permita trasladar estos valores y formas de vida al terreno de la gestión global de lo social, cosa indispensable para poder generar cambios más sólidos, profundos y permanentes en la sociedad toda. En otras palabras, nos falta desarrollar una interfase de nuevo tipo, una interfase autónoma que nos permita articular formas de cooperación política de gran escala, y que conecte nuestros movimientos, nuestros colectivos y nuestras luchas con el plano de la gestión global de lo social. Hemos rechazado correctamente la interfase que nos proponía la izquierda tradicional –los partidos (sean electorales o de vanguardia) y los líderes iluminados–, por comprender que se trataba de una interfase heterónoma. Para decirlo de otro modo, era una interfase que, en lugar de colonizar el plano político con nuestros valores y formas de vida emancipatorios, funcionaba colonizándonos a nosotros con aquellos de las élites y de la clase dominante. Pero nos falta todavía pensar, explorar y diseñar una interfase autónoma: sin resolver esta cuestión, temo que nuestros movimientos no lograrán establecer lazos más amplios con la sociedad toda y permanecerán en estado de permanente vunerabilidad frente al poder. La estrategia de la Sexta Declaración zapatista lleva la promesa de avances importantes en este sentido.

domingo, 19 de julio de 2009

La Izquierda Tradicional. ¿Dirigir? ¿Hacia dónde?

Por Alfredo Cerpa


 

La actual situación que enfrentan los partidos activos en la política chilena habla de enormes problemas para organizarse o reorganizarse manifestados por las deserciones masivas de militantes y rompimientos de acuerdos que motivan cruzadas acusaciones de deslealtad. Esto, visto desde el ángulo de la impresión que causa a la ciudadanía en general; para ella, este espectáculo no trata de otra cosa que un "cahuín" producto de apetitos personales y a la pudrición ética-ideológica al cual los partidos nos tendrían acostumbrados en los periodos eleccionarios, todo lo cual tiende a darles la razón, en cuanto a lo mejor por hacer es mantenerse alejados de ellos y sus estructuras.

Si este fenómeno solo alcanzara a los partidos protegidos por el binominal, Alianza y Concertación, creo que todos compartiríamos esa apreciación y agregaríamos unas cuantas cosas más. Sin embargo en este espectáculo, la izquierda extraparlamentaria ha sido el personaje principal. Por lo tanto, la apreciación ciudadana expresada en innumerables comentarios dejados en blogs y diarios electrónicos ha sido particularmente dura con ella y su dirigencia, puesto que no se queda solamente con la impresión expuesta más arriba, sino, va más lejos en una acusación, la cual se puede resumir, en que la izquierda no sabe hacia dónde va, ni cómo piensa dirigir, porque sus métodos para relacionarse, deshacer acuerdos y de construcción de organización van más en la búsqueda de representación propia que levantar una opción para los excluidos.

Lamentablemente para todos los militantes de organizaciones sociales y de movimientos emergentes que trabajan en organizar no solo pensando en elecciones sino en aunar fuerzas sociales, partiendo de la base y de sus intereses y no desde la ideología para preparar un futuro, esta práctica y forma de relacionarse de los partidos los afecta de manera directa, porque están más cerca de la ciudadanía y sus problemas y desilusiona aquellos que pretendían un acercamiento a las organizaciones de base. Todo lo cual presupone una cantidad enorme de explicaciones acerca de los porque del canibalismo y las malas prácticas.

Las opiniones de varios, buenos y preparados articulistas, con sus últimas apreciaciones sobre las deserciones y rompimientos en diferentes medios, acrecientan el daño y crean más disensiones y durezas, sin darse cuenta o porque la frustración se apodera de la pluma, cosa que me pasa bien seguido, que en un futuro cuando todos maduremos y los caminos se hagan más claros y transparentes, nuevamente tendremos que sentarnos todos a conversar un futuro en una mesa donde ojala, todos lleguemos con pantalones largos, por lo tanto, no es bueno decir: "Allá ellos, acá nosotros" levantando barreras que después cuesta mucho botar o, de hablar de lealtades desde una postura ideológica dura o pedestal inexistente, porque los de acá son pocos, tan pocos como son los de allá y, todos hasta hoy, alejados del 80 % de la ciudadanía que solo sonríe ante el circo.

Por cierto la lucha ideológica, discusiones y debates buscando un camino de sociedad justa para Chile son necesarios y pueden llegar a ser duros y de altos decibeles, se deben dar y nunca deben dejar de darse, nadie se va enojar. Pero deben darse dentro de un marco de respeto mutuo, donde cada uno entrega al otro su derecho a manifestar su postura y a existir, pero no tienen que ser descalificatorios ni significar que el que no concuerda conmigo se queda fuera o es desleal, sin saber de qué se queda fuera ni a quien o que se es desleal. Nadie tiene la llave ni es dueño de la entrada a algún proyecto inexistente o, a una mejor sociedad que aun no definimos claramente ni ha sido expuesta a la ciudadanía para su aceptación o rechazo. Porque, aun si eso existiera pero no da cabida a todos, entonces no hay justicia, no hay igualdad como tampoco democracia. Esto es especialmente cierto cuando las barreras ideológicas de las organizaciones políticas de ayer han sufrido una corrida de cerco. Ya no es claro saber quién es de izquierda y quién no, tanto para gente que se reclama de izquierda como para la ciudadanía en general. Ni que significa un concepto que surgió del azar en la Francia revolucionaria en 1792.

Pero, si abandonáramos la etiqueta, el logo, tomáramos solamente los postulados o ideas que dieron vida a lo que llamamos Izquierda, como "sociedad libre de opresión y explotación y vida común entre iguales", si ese fuese el parámetro, nos daríamos cuenta entonces, que los izquierdistas son muchos más de los que nosotros pensamos o queremos aceptar. (1).Tampoco sabemos quién es puro ideológicamente y quién no o si es importante en el momento actual. Porque los conceptos ideológicos después de la caída del muro de Berlín han estado en constante revisión y aquel balance de una época histórica no ha terminado ni se puede cerrar de manera arbitraria. Son muchas las cosas que aun no respondemos mirando el fracaso de los socialismos reales.

En este marco más amplio donde los parámetros son borrosos y hasta obscuros, surge una pregunta interesante a responderse y es ¿Adonde corren tan apresurados los militantes de la izquierda que abandonan sus casas y las organizaciones que abandonan sus acuerdos? Una pregunta relevante, en medio de acusaciones mutuas, para tratar de entender si alguien tiene razones fuertes para hacerlas. Porque es evidente que militantes y organizaciones corren a algún lado, pero no queda claro adonde ni porque, como tampoco los que se quedan saben muy bien porque creando una gran confusión a la ciudadanía.

Aunque todos nos digan que rompen adhesiones buscando una definición más de izquierda o de izquierda verdadera y para ser parte de una nueva forma de hacer política, a la ciudadanía le parece que solo se dan vueltas en un mismo círculo estrecho por los mismos personajes de siempre que nada nuevo representan, porque no definen sus ideas de una visión país diferente a la actual, ni en abstracto ni concreto, como tampoco en que basan las nuevas prácticas ni los métodos que utilizan, por lo cual, para ella, no importa donde quedes dentro de ese círculo, aquí o allá, nada cambia.

Sin embargo, este ir y venir de militancia, nos dice que una búsqueda de algo más sustancial a lo existente se ha puesto en marcha y no es fácil predecir adonde va ni en que terminara. Hoy están corriendo a lo de siempre, a los viejos conceptos y formas organizativas. Quizás mañana, producto de reflexiones miren mas allá de lo existente y comience un proceso de reorganización mas sustantivo basado en un dialogo amplio y empoderador basado en el balance de los tantos años de esfuerzos organizativos fracasados. Quizás partiendo de conceptos simples y unificadores como emancipadores, algo como "sociedad libre de explotación y vida democrática común entre iguales" que en su simpleza, reúna, represente e impulse los cambios necesarios. Porque si vemos ejemplos concretos de movimientos militantes en los últimos 25 años hasta llegar a los actuales y que ha modificado el concepto izquierda hasta volverlo confuso, quizás en esa mirada, podamos entender y compartir con la ciudadanía su apreciación de que algo no está bien ni da confianza. Puede también ser nuestro punto de partida a la búsqueda de algo más refrescante que lo actual.

Porque evidentemente ha existido una corrida de cercos ideológicos después de la caída de muro de Berlín, lo que hace difícil saber qué partido actual se podría reconocer, sin lugar a dudas, como izquierda y desde ese pedestal apuntar dedos. Es indudable que aun dentro del PS a quien se pregunte si verdaderamente es de izquierda la respuesta sin parpadear será sí, pero seguramente también será cuestionado por la militancia de izquierda extraparlamentaria que no trepidara en acusar al PS como la nueva derecha por las políticas que apoya e impulsan en lo económico dentro de su conglomerado, las cuales evidentemente, son de derechas o neoliberales que viene a ser lo mismo.

Analizar, aunque sea por encima los porque de esto, es importante, porque solo así, dentro de un contexto histórico podríamos encontrar la izquierda, si aun existe o, saber donde quedo o, que es lo necesario ir a rescatar y que no. Porque no basta reclamarse solamente de una corriente también se debe confrontar las diferentes prácticas con respecto a sus definiciones dentro de la corriente que se reclama para sí y dentro del contexto histórico que surgió y desarrollo.

En efecto, lo que hoy se denomina izquierda poco o nada tiene que ver con la de ayer. Muchos lo lamentaran otros dirán a buena hora. No es la misma ni se trata de tan solo una renovación, sino del abandono en la práctica, para bien o para mal, de una ideología aun cuando se jure lealtad o se mencione todos los días. Esto en si no es necesariamente malo o solo lo es cuando no ha sido reemplazado por otros conceptos o ideología que proponga una superación de la anterior, porque el no hacerlo los deja a la deriva.

Desde la caída del muro de Berlín ha ocurrido a nivel mundial una corrida de cercos ideológicos que no permiten distinguir claramente que es la izquierda ni qué partido podría inscribirse en ella sin ponerse colorado. A principios del siglo pasado las líneas ideológicas que definían la izquierda revolucionaria y simplemente socialdemócrata- que eran las que se peleaban el concurso de los trabajadores- eran claras e indiscutibles, aunque se debe insistir que solo en cuanto a las líneas ideológicas, porque en un plano practico y concreto y visto resultados después de un siglo, fue la social democracia europea la que consiguió con su sociedad de bienestar mejorar ostensiblemente el nivel de vida de los trabajadores dentro de un marco democrático burgués que de hecho fueron la envidia de otros trabajadores a través del mundo. En cambio los partidos revolucionarios de la izquierda donde lograron levantar un estado socialista no consiguieron elevar el nivel de vida de los trabajadores sustancialmente agregando que fueron sometidos a la dictadura del partido. Esto en si muestra porque cayo la Unión Soviética y ningún trabajador levantara un dedo para salvarla. Esto es un hecho que no se puede ocultar ni desmerecer a la hora de definiciones y revisiones. Sin querer decir que no existan explicaciones algo más complejas y que se deben conocer y estudiar.

Sin embargo a partir de aquel momento los cercos ideológicos se fueron corriendo. La socialdemocracia de antaño defensora de los trabajadores y su nivel de vida paso atacarlos y ponerse en el papel de administradora del naciente neoliberalismo económico ocupando así el lugar de la antigua derecha. Así Felipe Gonzales se sentó a la derecha de Margaret Thatcher, la socialdemocracia de los países escandinavos han ido desmantelando la sociedad de bienestar construida por ellos mismos. Al mismo momento la antigua izquierda revolucionaria intenta hasta hoy ocupar y jugar el papel de la socialdemocracia desde un punto gerencial y de expertos. Cambios de nombre de los partidos comunistas europeos que se agregaron el apellido de democráticos para parecérsele un poquito más. El mismo partido comunista de la unión soviética es el partido de los millonarios producto de la desmantelacion del estado soviético.

En Chile no ha sido diferente. El PS, antigua vanguardia de los trabajadores hoy es administrador del neoliberalismo al ser fundador e impulsor de su conglomerado y no se molestan si se les llama social demócratas, porque más que insulto es un apelativo generoso. En esos mismos instantes allá a fines de los 80 y principios de los 90 gran parte de la militancia PC pasó a engrosar el PS lo mismo ocurrió con aquellos que se denominaban de izquierda revolucionaria anti reformista como el MIR, grandes sectores del MAPU y de la Izquierda Cristiana, amén de muchos otras organizaciones más pequeñas. Si hoy preguntáramos a cada uno de ellos como se definen. Obviamente será de izquierda. El mismo Partido comunista, a pesar de no ser parte de la Concertación ha mostrado una terrible ambigüedad con ella. A pesar de definirla como la otra derecha en las últimas presidenciales no le ha molestado salvarla de la otra derecha. Hoy, sin embargo, el PC logro abrir la puerta trasera de la Concertación con su pacto contra la exclusión, donde además, su flamante Alcalde Claudina Núñez, teniendo su propio presidenciable y hoy militante de su partido, ya llama a votar por Frei y no hemos terminado con la primera vuelta.

Veamos en este contexto el mundo de los candidatos. MEO se retira del PS para quedarse en la Concertación y aglutinar desafectados sin sentir mayor interés por la izquierda extraparlamentaria aunque tampoco la provoca excepto con su programa. No la necesita pues esta le echaría abajo su programa de privatizaciones –derecha-. Por el se produjo un numero de deserciones dentro del PS, pero son muchos más los que lo apoyan pero se quedaron adentro. Dentro de estos grupos de militantes que lo apoyan mayoritariamente son militantes del ex MIR hoy socialistas, incluso su ex secretario general y están por la privatización de otro poquito de cobre, algo que la derecha anhela y espera. Estamos hablando nada menos que de la antigua izquierda revolucionaria, la de los fierros. ¿Es esta la izquierda y el candidato que viene a cambiar las formas de hacer política? ¿Adónde corren tan apresurados los militantes de izquierda que abandonan sus casas? ¿Dónde se encuentra la definición concreta y sin lugar a dudas de la Izquierda?

Arrate, en su momento presidente del PS y, además ministro de la Concertación uno de los intelectuales del proceso de renovación en esa entidad que sentó las bases para su desarrollo ulterior y devenir en lo que hoy conocemos como PS, pero hoy flamante militante PC y candidato a Presidente del JP y de los socialistas allendistas se nos presenta como la gran esperanza. Confunde un poco ¿o no? ¿Cuáles son los parámetros para definirse de izquierda o, más importante aún, es necesaria la lucha por la etiqueta de izquierda, por la cual tanta energía agotamos? Porque si todos nos pusiéramos de acuerdo y entregáramos la dominación de izquierda a una organización o partido en particular, el que más la quiera. ¿Cambia algo la realidad de desorganización y canibalismo? Lo más probable es que encontraríamos otra cosa porque pelearnos y ofendernos y tampoco sería algo que interese a la ciudadanía.

En este contexto ¿es válido acusar al PH de deslealtad con el JP? O por lo mismo ¿Qué el PH se queje del PC y de ciertas deslealtades o respingo de nariz? O decir ¿Allá ellos no los necesitamos ni los queremos? A mi parecer no tienen asidero ninguno. Porque en este pequeño círculo que se llama "Izquierda" todos se vuelven a encontrar o reencontrar, a veces como amigos y aliados y otras como enemigos, porque hasta este momento todo trata de posicionamientos y que o quien la pueda dar. No olvidemos que en las municipales pasadas el PC celebro en la Moneda con la gente que el mismo PC acusa como la otra derecha y no con sus aliados de pacto en el JP.

La verdad es que la lucha encarnada para definirse de izquierda o quien es mas izquierda no tiene ningún sentido práctico al día de hoy, porque no existe el parámetro claro ni exacto. Si nos definimos por lo que algún día significo, pocos calzan la horma, quizás ninguno. Hoy está todo trastocado. Los izquierdistas de ayer hoy son como mínimo social demócratas y dado a privatizaciones como tampoco se sabe donde estarán mañana. Los que ayer criticaban la Concertación hoy quieren entrar. Los que estaban dentro quieren salir y volver por otra puerta. Cuando decimos allá ellos, no sabemos dónde es el allá como tampoco se está seguro cual es el acá.

Mientras esto ocurre la ciudadanía aun espera que la "Izquierda" de una vez por todas resuelva, por su propia salud, que es, que es importante y cuál es su propuesta organizativa, no programática porque eso esta mas o menos claro. Una propuesta organizativa que diseñe un camino, un mapa que nos indique donde estamos, adonde queremos llegar y como lo podemos lograr. Porque los programas y consignas se pueden recitar de corazón pero no indican los caminos ni los cómos, aunque se crea que están implícitos.

Quizás, deberíamos comenzar por sacarnos cada uno de nosotros las enormes trancas que adornan nuestras cabezas y la insana manía de querer estar siempre correctos, aun en estupideces amparados en nuestras particulares ideologías, pero donde está ausente el sentido común que trasforma la ideología en religión irreflexiva.

Comenzar por definiciones bases y simples pensando en lo que el país necesita. Quizás partir diciendo que queremos una sociedad democrática sin explotación, justa, de iguales solidarios y cooperadores al bien común. Es una definición simple aunque llena de conceptos pero que no quita el sueño para llegar a comprender los grandes alcances donde la gran mayoría del país podría sentirse representada y dispuesta a movilizarse para hacerla realidad. No es necesario ni tiene importancia hoy tratar de clasificar esa definición en cuanto a si es socialista o otra denominación mas ajustada a la sociedad moderna y los nuevos problemas que debe enfrentar como el medio ambiental. Tampoco es necesario definirle un carácter revolucionario, para poder sentirnos bien, porque los conceptos mismos expuestos ya son profundamente trasformadores que no necesitan de apellidos que asustan, confunden y alejan a una ciudadanía que vivió el oscurantismo de una dictadura y veinte años de política gerencial y de expertos. En otras palabras partir desde donde nos encontramos y no de donde nos gustaría estar.

Para a partir de esa simple definición encontrar las formas organizativas necesarias que acojan los conceptos simples expuestos. Necesitamos comenzar a dialogar y escuchar no como profesores ni desde un pedestal con las fuerzas sociales productivas y populares existentes en las comunas de nuestro país para comprender como ellas se ven reflejadas jugando un rol principal en sus comunas sin Alcaldes ni Concejales que les llegan desde la otra punta del país. Quizás escuchando encontremos a partir de ellas nuevas formas organizativas diferentes a las que nos tienen acostumbrados los manuales pero que empodera la organización de base.

Si miramos nuestra historia de antes de los años treinta cuando los luchadores sociales mantenían sus ojos más abiertos tanto como sus mentes encontraremos a L.E. Recabarren volcándose al trabajo organizativo comunal llamando a levantar una completa propuesta de "socialismo municipal". Así en 1904 escribió en la Voz del Obrero de Taltal "Se creó la comuna autónoma para poner en manos del pueblo el derecho de administrar, por pequeños territorios, sus intereses, en una forma casi directa, que la ignorancia popular, aun hoy, no sabe aprovechar. ¿No cree el pueblo que habría más paz y mejoramiento material si se encargaran todos los servicios locales a los municipios porque en ellos están inmediatamente bajo de nuestra fiscalización por medio del derecho que ejercemos en la asamblea de electores?"(2)

Por otra parte y más actual Marta Harnecker en "Estrategia para construir la unidad" nos dice:

1. Me he referido anteriormente a la necesidad de construir la unidad de todas las fuerzas y actores de izquierda para conformar en torno a ella un amplio bloque anti neoliberal. Sin embargo, no creo que este objetivo pueda ser logrado de manera voluntarista, creando desde arriba coordinaciones que pueden terminar siendo sólo una suma de siglas.

En fin, son caminos a explorar sin miedo a saber si calzan o no con alguna definición clásica. Porque todo parece indicar, especialmente por lo fracasos organizativos de la "Izquierda" que los caminos no son por arriba ni cada vez más radicales consignas o definiciones para distanciarnos de otros, que dejan tranquilo el espíritu libertario de algunos y satisface las ideologías de otros, pero que no se traducen en mayor organización ni participación de la ciudadanía.

Todos quienes abogan por una sociedad más justa nos encontramos en una disyuntiva, que no se juega en base a la elección presidencial ni a las rencillas que vistas desde el punto de vista del trabajo por hacer, son insignificantes y egoístas, sino mas bien en que si seremos capaces de elevarnos por encimas de nuestros egoísmos y veleidades política- ideológicas y construimos algo nuevo ajustado a nuestra realidad y las necesidades de este pueblo o seguir deambulando en un pasado dirigiendo y dirigiéndonos a ninguna parte.

En este camino a una sociedad democrática sin explotación, justa, de iguales solidarios y cooperadores al bien común, nadie estará equivocado porque a pesar de diferentes puntos de vista es lo que todos queremos.

http://desdelacomuna.blogspot.com

alfrepolicom@gmail.com

  1. Ezequiel Adamovsky " Mas alla de la vieja hizquierda" editorial Prometeo
  2. Historia de Chile Contemporánea. Julio Pinto y Gabriel Salazar.


 


 

viernes, 17 de julio de 2009

¿Qué es ser de izquierda hoy?


 

Para Vale


 

Más allá

de la vieja izquierda

Seis ensayos para un nuevo anticapitalismo

Ezequiel Adamovsky

"Los textos de este libro son copyleft. El autor y el editor autorizan la copia,

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inclusión de la presente claúsula copyleft."

©De esta edición, Prometeo Libros, 2007


 


 

Introducción


 

La identidad de izquierda es hoy una identidad en crisis: decir "de izquierda" ya no nos ayuda a delimitar un grupo de ideas, o un proyecto, o un conjunto de valores claramente, ni refiere a cosas en las que la gente "de izquierda" necesariamente se identifique. Una crisis es tanto un momento de pérdida por la descomposición de lo existente, como una oportunidad de recomposición de cara al futuro.

Este libro intenta situarse en esta encrucijada: los ensayos aquí reunidos pretenden ser tanto un diagnóstico de los elementos de la izquierda que están caducos, como un rastreo de nuevos caminos emergentes. La voluntad que lo anima es a la vez inscribirse en una larga tradición de pensamiento anticapitalista, y apartarse de aquellos aspectos de ese legado que hoy son obstáculos para las lucha emancipadoras.

En realidad, "izquierda" siempre fue una etiqueta relativamente móvil. Surgió hacia 1816 en el contexto de la política francesa de la época de la primera Restauración de la monarquía, cuando en el parlamento los más conservadores se sentaron a la derecha, y los independientes –en general liberales– se sentaron a la izquierda. Para 1848, sin embargo, los liberales, sin haber cambiado de ideas, eran la derecha, y los republicanos y socialistas la izquierda. ¿Para qué servía la distinción izquierda/derecha, si refería a grupos políticos tan cambiantes? Servía para señalar el posicionamiento de los grupos políticos respecto de lo que se imaginaba que era el progreso social, la dirección hacia la que se suponía que marchaba el mundo. Había en esa época una imaginación más o menos compartida: el mundo marchaba hacia el gobierno representativo, la república y la democracia; marchaba hacia la expansión de los derechos sociales y hacia una mayor igualdad entre los hombres (incluso al socialismo), hacia la incorporación de las mujeres en la vida política, hacia el laicismo, o incluso el ateísmo. Como parte de esa imaginación, tuvo sentido en el siglo XIX y parte del XX delimitar una izquierda y una derecha.

La izquierda agrupaba a quienes estaban orientados a favor de esta evolución/cambio, y la derecha a los conservadores. Así, en política "izquierda" se identificaba con "cambio" y "derecha" con "conservación". Estas actitudes llegaron a ser más importantes para definir qué cosa era ser de izquierda que los contenidos mismos de cada ideología. Por ejemplo, en la Rusia de principios de la década de 1990, ser de izquierda era estar a favor de un cambio rápido hacia la democracia liberal y el mercado, y ser de derecha era defender el orden comunista. Pero por esa misma época se decretaba el "fin de la historia". Por supuesto, no existió tal final; pero su declaración sí indicaba que la evolución del sistema capitalista en un sentido "progresista" había llegado a su fin. La imaginación histórica "progresista" perdió toda credibilidad. No casualmente, fue ese el momento en el que muchas voces empezaron a decir que la distinción entre "izquierda" y "derecha" había perdido validez. En este contexto, en un breve libro titulado Derecha e Izquierda, aparecido en italiano en 1995 y editado posteriormente en español, Norberto Bobbio intentó rescatar la relevancia de esos conceptos, pero redefiniéndolos. La diferencia fundamental entre ellos reside, según Bobbio, en la actitud que cada una de las partes muestra frente a la idea de igualdad. Aquellos que se declaran de izquierdas dan mayor importancia, en sus iniciativas políticas, a las formas de atenuar o reducir los factores de desigualdad. Al contrario, los que se declaran de derechas privilegian la libertad de mercado irrestricta y la iniciativa individual. Lo interesante de la propuesta de Bobbio es que, de alguna manera, elimina la dimensión del "cambio social progresista" de la definición de izquierda.

En efecto, está implícito en esta definición que ser "de izquierda" ya no es estar en sintonía con el curso de la historia, sino tener simplemente una de las dos actitudes entre las que oscila la política actual. De algún modo, la definición de Bobbio refleja el papel que está desempeñando el bipartidismo en el mundo actual. En general, en la mayoría de los países el gobierno se alterna entre un partido "conservador" o de "derecha", que es el que profundiza las reformas de mercado aplastando lo que haya que aplastar en el camino, y un partido "de izquierda" que es el que votamos cuando la presión se ha hecho demasiado intolerable y hace falta algún paliativo, un poco de ayuda a los más perjudicados, un papel más activo del Estado, etc. Y luego el ciclo comienza de nuevo cuando, en vista de las dificultades económicas o cuando hace falta más disciplina, la "derecha" vuelve a ser favorita.

En este esquema ha desaparecido el horizonte del cambio social progresivo: lo que queda es una mera alternancia de dos énfasis distintos en la vida política, en un sistema que se reproduce sin grandes cambios. En este contexto el apelativo "de izquierda" ha perdido hoy gran parte de su validez. Carece de sentido ubicar, digamos, a un trotskista en la "extrema izquierda" y a los progresistas o socialistas en la izquierda moderada o "centroizquierda", como si formaran parte del mismo universo, como era antes, en la época en que lo único que los distinguía era la velocidad o el método con el que pretendían avanzar hacia el socialismo.

Por otro lado, existe hoy otro factor que contribuye a erosionar la identidad de izquierda: el surgimiento de ideas, grupos y movimientos anticapitalistas, radicalmente en favor de la igualdad, pero que son profundamente diferentes a los partidos de la izquierda anticapitalista que existió hasta ahora. En un libro anterior, Anticapitalismo para principiantes, sostuve que estamos presenciando el surgimiento de una nueva "familia" de movimientos emancipatorios, que se aparta marcadamente de las tres "familias" que hegemonizaron la izquierda tradicional: la de la Socialdemocracia, la del Leninismo (en sus diversas variantes) y la de los movimientos de "Liberación Nacional". La nueva familia anticapitalista, por ejemplo, se opone al vanguardismo, al autoritarismo, al centralismo, a la mentalidad "guerrera", y a la confianza exclusiva en la clase obrera como agente de cambio, elementos todos que caracterizan a la vieja izquierda. Con estas diferencias tan profundas, también entra en crisis la identidad de izquierda. ¿Somos realmente parte de un mismo movimiento político junto con partidos vanguardistas, jerárquicos, autoritarios, intolerantes, y que generan subjetividades que dificultan la cooperación y el respeto de la multiplicidad? Quienes nos sentimos parte del movimiento anticapitalista de nuevo tipo no podemos sencillamente decirnos "de izquierda" sin tener que dar muchas explicaciones para distinguirnos de aquellas organizaciones.

¿Qué es ser anticapitalista (más claro que "de izquierda") hoy, entonces? Este libro reúne una selección de ensayos que escribí entre 2000 y 2006, mientras trataba de encontrar una respuesta a esta pregunta. Aunque cada texto apareció por separado y es una unidad en sí mismo, el conjunto seleccionado de alguna manera propone un recorrido unitario, que va desde el análisis de los problemas de la cultura de izquierda que heredamos, hasta algunas ideas acerca de las formas organizativas y la estrategia para un nuevo anticapitalismo, pasando por la discusión acerca de qué sujetos sociales encarnarán el proyecto emancipatorio, y cómo se vinculan en los ámbitos local, nacional y global. A diferencia de Anticapitalismo para principiantes, este no es un libro introductorio. Aunque he hecho el esfuerzo de simplificar los temas y la escritura al máximo, se trata de ensayos que por momentos recorren cuestiones históricas, filosóficas y políticas que pueden requerir cierto esfuerzo por parte del lector. No es, sin embargo, un libro "académico" –aunque tenga referencias a autores académicos–, sino pensado desde y para el activismo. De hecho, existe una cierta injusticia que espero poder remediar al menos parcialmente en esta Introducción.

Si bien este libro está firmado por un individuo, es el fruto de un trabajo de pensamiento colectivo. Ninguna de estas ideas me "apareció" en soledad, sino en el intercambio cotidiano con otras personas. He podido reconocer algunas de mis deudas con otros autores en las notas al pie, y va de suyo que me beneficié, por mi formación como historiador, de otros muchos escritores, docentes y estudiantes que no podría mencionar aquí. Y sin embargo hay todavía tantos otros que contribuyeron al desarrollo de estas ideas... Nada de lo que aquí escribo sería posible sin las personas extraordinarias con las que tuve oportunidad de militar desde adolescente. Aprendí la mayor parte de las cosas que circulan por estos ensayos de mis compañeros de la Asamblea Popular Cid Campeador. No podría siquiera imaginar todo lo que les debo a ellos, y a los activistas de otros movimientos sociales con los que entré en contacto gracias a la Asamblea (sin ir más lejos, los primeros párrafos de esta Introducción son fruto de un intercambio con los "Vecinos Memoriosos de Caballito"). ¿Cuánto de lo que escribo lo habré escuchado de alguien en alguna Ronda de Pensamiento Autónomo, o de algún amigo de Indymedia argentina, o de algún grupo de arte político, etc.? Imposible saberlo.También debo reconocer la enorme deuda que tengo con las decenas de activistas del movimiento de resistencia global que pude conocer participando en el Foro Social Mundial y en otros encuentros. Estoy seguro de que las riquísimas discusiones en los "campamentos de la juventud" del Foro, o con mis amigos en Intergaláctika Buenos Aires, nutren más párrafos de este libro que los que yo mismo podría identificar.

Y por último están las deudas que tengo más claras. Horacio Tarcus apareció en un momento crucial y estimuló nuevas búsquedas intelectuales. Tenerlo cerca a él y al resto de los compañeros del colectivo editor de la revista El Rodaballo durante la fatídica década de los noventa fue enormemente enriquecedor. La avidez intelectual y política de mi amigo Martín Bergel, siempre un paso por delante de la mía, fue una fuente de inspiración constante. Más recientemente, los contactos con Michael Albert y Lydia Sargent, y con el círculo de gente increíble que ellos nuclearon alrededor de los varios proyectos de Znet/Zmag, me ayudaron a imaginar nuevos caminos estratégicos y organizacionales. Vaya para todos ellos mi sincero agradecimiento.

Buenos Aires, enero de 2007