Arturo Alejandro Muñoz
especial para G80
El buen gobierno tiene 8 características principales: Participación, Legalidad, Transparencia, Responsabilidad, Consenso, Equidad, Eficacia-Eficiencia, Sensibilidad. El buen gobierno asegura además una corrupción cercana a cero. Muy poco de ello se encuentra en el neoliberalismo prohijado por el duopolio Alianza-Concertación
HAY SUEÑOS QUE jamás se cumplirán, por mucho que el soñador ponga lo mejor de sí mismo para lograr el objetivo. Esos sueños son los que requieren de circunstancias mayores, ajenas a la voluntad del utópico, para concretarse como entes reales. Y en política lo anterior es una verdad sin contradictores, ya que el ‘arte de lo posible’ se impone siempre, y sin contrapeso, a ‘la fantasía de lo deseable’.
Quienes vivieron las dos etapas más candentes del acontecer político chileno de finales del siglo veinte –los mil días de la UP y luego los 17 años de dictadura militar- son, en una mayoría absoluta, partidarios de gobiernos ideológicamente equilibrados, ojalá de actitud centrista (pero, con acciones de progresismo en lo social) y, principalmente, respetuosos seguidores de un republicanismo que parece haberse difuminado en las sábanas de nuestra Historia.
Después de tanto lío y tanta muerte, luego de haber vivido-como dijo Huidobro- una vida que no puede vivirse, los chilenos apostaron por un sistema solidario pero republicano; de centro, pero republicano; de libertad de expresión, pero republicano; de respeto, eficiencia, justicia social, democracia y participación ciudadana…vale decir, un republicanismo renovado que algunos autores llaman Republicanismo Cívico.
Posiblemente, eso desean aún aquellos compatriotas que hubieron de soportar trágicos y duros 20 años de luchas intestinas, odios ideológicos, persecuciones, asesinatos y miedos profundos.
Sin embargo, tal deseo es asfixiado por la realidad institucional vigente y la sociedad actual, ya que las nuevas generaciones no manifiestan interés en educarse en materias políticas pues desconocen las obligaciones y derechos que les señala nuestra Carta Fundamental, pero este último punto no es atribuible sólo a la desidia de la ciudadanía sino, a objeto de ser sincero, debe ser endosado a los dos bloques principales de la política criolla, Concertación y Alianza, que durante 20 años trabajaron asociadamente para evitar que los chilenos contasen con información (y formación) en estas materias.
Una vez terminado el gobierno de facto encabezado por Pinochet, la misma Derecha política se esmeró en borrar las huellas de su participación en la era tiránica, haciendo esfuerzos loables por aparecer ante la ciudadanía como una fuerza “respetuosa de la democracia y sus instituciones”. Fue así que algunos dirigentes de las tiendas partidistas que conforman la Alianza por Chile decidieron distanciarse lo máximo posible de la figura de Augusto Pinochet, pero sin renunciar a la obra del dictador (ni a los hechos que la sustentaron).
Hubo muchos chilenos que hicieron fe en las nuevas promesas que la Derecha explicitó después del año 1989, pero pronto se comprobó que ella “se había casado con la Democracia sin amarla verdaderamente”, pues ni Renovación Nacional ni la Unión Demócrata Independiente (RN y UDI) han mostrado en los hechos concretos una inclinación política y legislativa favorable a la real participación ciudadana en los asuntos de gobierno, asegurando que el liberalismo económico es el exponente ínclito y perfecto del sistema democrático que ella –la Derecha- vocea como necesario e indispensable.
Pero, si nos remontamos a los tiempos del inicio del pensamiento político en Occidente, obligatoriamente debemos recurrir al pensador, político y filósofo romano Cicerón, quien en su obra “La República” empieza resaltando la necesidad de virtud cívica, virtud que no se puede tener sólo en teoría, pues consiste enteramente en la práctica, y la práctica principal de la misma es el gobierno de la ciudad, y la realización efectiva (y no de palabra) de todas aquellas cosas que los filósofos «predican en la intimidad de sus reuniones». Esta virtud, según Cicerón, exige del ciudadano que haga «libremente lo que las leyes le obligan a hacer», pues en una república, a diferencia de lo que el liberalismo expondrá en la época moderna, no debe haber ninguna contradicción entre la libertad y la obligación legal justa o derivada del consensus omnium.
Cicerón añade que una república bien constituida por su ius publicum y sus mores resulta preferible a cualquier discurso filosófico sobre la materia política, y por esta razón afirma la superioridad del homo politicus sobre el mero sabio o filósofo (y yo agregaría: sobre el mero empresario, comerciante o especulador financiero).
La ausencia de concreción de las ideas expuestas en líneas anteriores concluyen validando que Joan Prats (Director del Instituto Internacional de Gobernabilidad de Catalunya), en su trabajo “De la burocracia al management, del management a la gobernanza” (*), cite como más actual que nunca esta terrible frase de Rousseau: “Los ingleses se creen libres, pero se equivocan, porque sólo lo son durante las elecciones de los miembros del Parlamento; desde que éstas terminan vuelven a ser esclavos, no son nadie. Y en el corto tiempo de su libertad el uso que de ella hacen bien merece que la pierdan”.
(*): Gobernanza: se refiere este término a cualquier esquema decisorio en el que exista una incorporación de actores distintos del estatal en los procesos de formulación e implementación de alternativas y, en el otro extremo del continuum nos encontraríamos con que gobernanza sólo podrían ser consideradas determinadas redes organizadas, estables, y con unos patrones de interacción entre sus miembros que explican los resultados de las políticas.
Otro español, Enrique Dans -doctor (Ph.D.) en Management, especialidad en Information Systems por la Universidad de California (UCLA), MBA por el Instituto de Empresa-escribe que todos los partidos emiten un mismo mensaje electoral: “Una vez que tengo tu voto, ya tengo todo lo que quería de ti. Ahora, cállate y no molestes”.
Es así entonces que se nos ha vendido la democracia liberal como la única forma de democracia, pero ella propone un gobierno representativo que se legitima por su capacidad para generar derechos civiles, económicos y sociales dirigidos al pueblo, pero sin el pueblo. Los ciudadanos toman el rol de consumidores de servicios públicos, lo que les garantiza cierto bienestar y un grado de libertad consistente en no sufrir las interferencias de los otros. El concepto de libertad es, pues, puramente negativo y consiste en evitar trabas. Por otra parte, se pretende mantener separadas las esferas de lo privado (donde los individuos ejercen su libertad) y de lo público (que se deja en manos de los representantes políticos).
El Republicanismo Cívico, en cambio, es una alternativa democrática al actual paradigma dominante. En esencia, consiste en fiar las libertades y los derechos de los ciudadanos, no a la actuación de los profesionales de la política, sino a la virtud cívica de los propios ciudadanos, que se comportan como agentes políticos activos, pues los republicanos son portadores de un patriotismo cívico distinto al patriotismo constitucional de los liberales. Este patriotismo cívico republicano no se conforma con el respeto a la legalidad, exige sobre todo amor a la polis y su demostración mediante la práctica de las virtudes públicas que sólo puede hacerse en la política.
De esta manera, la separación entre lo público y lo privado deja de ser estanca y se considera que una vida privada no puede ser digna sin ejercer una vida pública digna, y viceversa.
No obstante, para enmarcar y acotar debidamente esta discusión necesaria, es imprescindible la participación ciudadana, misma que no cuenta hoy mayoritariamente con conocimientos suficientes sobre estos temas, ya que desde el año 1974 a la fecha (tres décadas y chauchas) el sistema educacional formal desechó la incorporación de la asignatura de Educación Cívica a la malla curricular de la Enseñanza Media.
Con lo anterior se construyó un escenario de ignorancia y no-participación en asuntos de gobernabilidad y gobernanza, permitiendo estructurar el andamiaje del familisterio y el nepotismo en política, con las consecuencias conocidas por todos, y resumidas en la sociedad duopólica binominal que asfixia las libertades democráticas en la misma medida que el actual poder legislativo bicameral se deshace en corruptelas e ineficacias, lo cual impetra la estructuración de una Asamblea Constituyente que, además, contemple poder revocatorio para, de ese modo, aproximarse a una verdadera institucionalidad democrática moderna.
Arturo Alejandro Muñoz
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario