MANIFIESTO SOCIAL. Escribe Héctor Vega*
UN LLAMADO A CHILE Y A LA HUMANIDAD
(como fue publicado en Fortín Mapocho)
Durante largo tiempo la humanidad creyó que el desarrollo de los países no tenía límites, pues las capacidades del planeta eran infinitas. Este pensamiento fue obra de los hombres del Siglo de las Luces y de la revolución industrial que en el siglo XVIII culminó con las grandes revoluciones burguesas en Francia y en Estados Unidos bajo los signos de la libertad y del libre comercio.
Las revoluciones se hacen y se piensan sin límites. Más aún cuando está en juego la libertad para decidir su propio destino. Fue el mensaje que recorrió el mundo cuando Latinoamérica rompió con las ataduras de la metrópoli. Revolución que terminó con los últimos vestigios del colonialismo y el Apartheid en el siglo XX en África y Asia.
Pero eso no bastó. En los últimos 200 años la humanidad se negó a ver, o al menos fue indiferente de los resultados a que se podía llegar, frente a quienes en nombre del desarrollo y los negocios condujeron la política. Proyectos que obedecían al individualismo como estrategia para alcanzar el poder y que atentaron contra las creencias más arraigadas del género humano. Más aún, negaron el contenido popular, pluralista y solidario de la responsabilidad social como norma integradora de nuestra sociedad expresada en la reciprocidad, esto es, cuando se hace por los demás lo que uno quisiera que los demás hagan por uno.
Sucesivas frustraciones nos han demostrado que la realidad se reduce a nuestra percepción y ésta se forma por el efecto combinado de creencias, pensamientos y emociones. Cuando aún no despertábamos de la sorpresa que nos deparaban las asechanzas de la historia creíamos que era imposible cambiar la realidad. La realidad se nos imponía.
Cuando descubrimos la estrecha relación entre nuestro mundo interior y lo que acontece en nuestro entorno, alcanzamos la capacidad de alterar la realidad, lo cual ha sido una de las más antiguas aspiraciones del género humano. Es el punto en el cual rompemos la alienación, como seres humanos extraños al universo en el cual vivimos como si fuésemos apenas un subproducto de las fuerzas ciegas de la evolución. Situación que nos reduce a ser parte del mundo de la materia; liberarnos de la alienación y reintegrarnos en el universo en unión con él. He ahí nuestro programa. Es la conclusión de estos años de asechanzas y frustraciones pero es también la fortaleza que nos incita a luchar por el cambio.
¿Cual es el mundo viejo que hoy llamamos a enterrar respaldados por la fuerza de nuestras convicciones?
Aún impera, pero bajo otras formas, la explotación a que eran sometidos los continentes de ultramar en su condición de fuentes de materias primas y de mano de obra barata. Históricamente eso fue posible gracias al poder financiero de los segmentos dominantes de la sociedad europea que redujeron la remuneración de los trabajadores al mínimo indispensable para asegurar su reproducción.
Hoy las transnacionales han traducido esa realidad a escala planetaria. Cuando la inflación golpeó los bolsillos de los trabajadores el estado neoliberal no tuvo otro remedio que compensarlos, subsidiarlos. Con esto se demostró el fracaso de las virtudes del mercado pues en la incapacidad de proveer bienes y servicios para la mayoría de la población, el estado, debió venir en auxilio de quienes se veían despojados por la inflación. Lo que parecía una solución transitoria hoy es una realidad: es la economía de las compensaciones cuyos máximos beneficiarios son aquellos que dominan el mercado del dinero.
La especulación bursátil y el ataque a las monedas, crearon crisis recurrentes en el sistema capitalista. Bretton Woods fue impotente para resolver las crisis pues estaba fundado en la existencia de una moneda fuerte – el dólar norteamericano – un sistema de pagos internacionales garantizados, balanzas comerciales equilibradas y un mercado interno reflejo automático de los saldos favorables del comercio exterior. En ausencia de un banco central mundial – que no era ni la función ni la capacidad del FMI; tampoco lo era la Reserva Federal – este sistema, construido según la lógica del siglo XIX no podía mantenerse en el mundo del siglo XX.
En la respuesta a un Estado incapaz de resolver las crisis, muchos cayeron en la trampa de llamar socialismo al Estado fuerte. Pero el socialismo no es una respuesta a las falencias del capitalismo. El socialismo reemplaza al capitalismo. Así, quienes indignados trataron de corregir los abusos del capitalismo finalmente cayeron en su lógica: subsidiaron, compensaron remuneraciones y prestaciones sociales indignas. El estado creció en funciones y burocracia porque quiso reemplazar el mercado y sus operadores, pero sin cambiar las fuerzas que lo movían.
Transformar la naturaleza del Estado habría implicado un cambio fundamental en las causas de la explotación y en la conciencia de los hombres. Sometido a los ataques del Imperio, a las necesidades de la sobre vivencia, el proyecto socialista se transformó en más Estado, más compensaciones, más subsidios. En una palabra buscó la viabilidad de un mercado, que en sus fundamentos no cambió, y paradójicamente dictó las mismas normas contra las cuales se rebelaron los revolucionarios de la primera hora. Presos de esta realidad el dicho proyecto socialista sucumbió con sus contradicciones.
No eran las compensaciones del Estado las que llevarían a la justicia social. Pues eran fácilmente recuperadas por el mercado, volviendo a los bolsillos de aquellos que lo manejaban. Los guerreros por el cambio en el siglo XX cayeron vanamente seducidos en el proyecto de aquellos que fundaron hace cuatro siglos las bases del capitalismo.
La lucha es hoy a escala planetaria pues la globalización del Imperio es la globalización de las transnacionales, fuerzas que representan la columna vertebral de los grupos neoconservadoras que manejan el Imperio y las fuerzas neoliberales del mundo emergente del subdesarrollo, cómplices del Imperio.
No basta la economía, ni la propaganda para subyugar la disidencia contra el sistema capitalista. Surge un temible enemigo que estuvo a la base de las grandes guerras del siglo XX: la militarización de la política como recurso clave al cual recurrieron los imperios. Fue el caso de Alemania en la Primera Guerra Mundial de 1914 cuando buscó la conquista de nuevos mercados y el reforzamiento de su imperio colonial. La Segunda Guerra Mundial no fue una sino tres. En la primera, se reeditó lo que ya había conocido el mundo entre 1914 y 1918, entre Alemania, Italia y Japón por un lado y Gran Bretaña y Estados Unidos por otro. El objetivo fue el reparto del mundo presidido por complejas tensiones inter-imperialistas. La segunda, enfrentó el sistema capitalista, Alemania, contra el sistema socialista soviético vigente en la Unión Soviética. La tercera guerra opuso a China contra Japón, y su carácter fue antiimperialista, donde China luchó por su independencia.
La confrontación entre poderes imperiales duró casi 50 años. Guerra Fría en la cual EEUU se fijó como objetivo la contención de la potencia militar soviética. Siempre existió la conciencia que la situación de simetría del mundo bipolar llevaba a la destrucción mutua. Situación de suma cero, al borde mismo de la guerra, y que en la práctica neutralizaba el armamento nuclear, pues el holocausto se transformaba así en una posibilidad cierta. Es la época cuando Washington transforma los ejércitos regulares de Latinoamérica en brigadas de contrainsurgencia, consagrando la nueva táctica de los escuadrones de la muerte. Las tensiones en las presidencias de Carter y Reagan son determinantes para transformar la OTAN de alianza defensiva para la seguridad de los países ribereños del Atlántico Norte, en instrumento de la confrontación entre EEUU y la URSS y luego en fuerza de intervención militar preventiva en cualquier punto del planeta.
Se ha dicho que las guerras del siglo XXI serán por el control del agua, la biodiversidad, y la energía. La Amazonía representa el 78% de la producción primaria del oxígeno del mundo; 60% del total mundial de la biodiversidad y 23% del total de agua dulce del planeta. Ello sin contar las reservas energéticas de la Región andina y de Brasil. Las guerras del Medio Oriente, con la invasión de Irak, la lucha contra los talibanes en Afganistán y las amenazas contra Irán, prueban que nos encontramos de lleno en esta predicción. En el mensaje de Bush de 2002 sobre la Estrategia de Seguridad Nacional de EEUU el Imperio activó los mecanismos para desencadenar una guerra preventiva contra el terrorismo. Sin embargo, esa no es sino una fachada que esconde las verdaderas ambiciones geopolíticas del Imperio, por la posesión de vastos territorios que le proporcionarán el control sobre el Medio Oriente, la Amazonía y la Región andina. Es la militarización de la política que involucra la población civil del Imperio. Estrategia que Bush ha presentado en un tono más moderado, aunque no por ello menos peligroso en sus consecuencias, en el llamado "Escudo Vigilante 2007" cuando el Alto Mando americano simula un conflicto nuclear con Rusia, China, Corea del Norte, e Irán, en territorios de Alaska, Canadá y el territorio continental de EEUU. Los clarines de guerra del Imperio llaman a la civilidad a su participación en el conflicto.
La militarización se expresa en poderes regionales aliados del Imperio, como Israel en el Medio Oriente, Japón, segunda potencia económica mundial, en el Lejano Oriente, Colombia en la Región andina; Polonia y República Checa en el entorno de Rusia con instalaciones de misiles. El status quo social, o preservación del capitalismo imperial, punto central del proyecto político neo conservador en EEUU, se relaciona directamente con sus logros internacionales, donde las bajas en las guerras del Imperio, o sus violaciones a los DDHH se justifican o se olvidan.
Este es el proyecto imperial donde los grupos neo conservadores del Imperio y sus cómplices neoliberales del llamado mundo emergente, se han dado como objetivo la conquista del planeta. Tarea de ninguna manera mεtafórica sino muy real donde se involucran no sólo medios materiales y financieros en la conquista de mercados, sino armas destinadas a reducir por la fuerza el descontento popular. Este proyecto imperial de envergadura planetaria se lleva a cabo en zonas de intervención y de lucha contra identidades étnicas, económicas, sociales, religiosas y culturales diferentes. Intervenciones que han conducido a múltiples guerras de baja intensidad, donde las coaliciones internacionales en torno al Imperio, se hacen cada vez menos factibles porque resulta impresentable que la intervención, que lleva al terror y al caos de la guerra, se haga en nombre de la paz y de la humanidad. Estos conflictos de baja intensidad se desarrollan actualmente en Irak, Afganistán, Turquía, República de Georgia regiones de Osetia del Sur, Abjasia, Etiopía, Somalía, República Democrática del Congo en la región de Goma, Sudán en la región de Darfur... La militarización de la política toca nuestras fronteras en Colombia donde la intervención estadounidense ha llevado a la desestabilización de la región andina. Su objetivo preciso es la neutralización de los gobiernos de Venezuela y Ecuador que han denunciado la política del Imperio.
El reciente restablecimiento de la Cuarta Flota en los mares de Latinoamérica [julio de 2008], refuerza la presencia militar de Estados Unidos en la región. Frente a esta opción militarista, Brasil y Venezuela, con el concurso de 12 países en la cumbre fundacional del UNASUR crearon el Consejo de Defensa Suramericano, para promover el diálogo entre los ministerios de Defensa de la región.
Paradójicamente el Imperio se ve neutralizado con la misma arma que creó: el caos. Intentó la división, pero de allí surgieron realidades regionales y locales que en la reafirmación de sus derechos a opinar, a vivir según sus propias creencias y cultura reivindicaron sus propios espacios soberanos. En este ambiente de contestación y rebeldía se impusieron nuevos códigos de conducta y de relación, donde la jerarquía es rechazada como base de una autoridad impuesta por los grupos de poder a espaldas de las redes ciudadanas transversales.
En esta acción, los jóvenes en un llamado premonitorio de rebeldía, se han levantado contra autoridades adocenadas garantes de privilegios espurios y de su propia continuidad en el poder. No es una exageración afirmar que su rebeldía ha sido la base de un contrapoder social. Al fallido intento de mayo del 68 sucedieron recientemente las manifestaciones contra la Ley de contrato de primer empleo [enero de 2006] con más de 2 millones de jóvenes en las calles de Francia [marzo de 2006], manifestaciones que arrastraron otras de carácter inter-profesional en toda Francia [abril de 2006] y que en su gravedad apuntaban a cifras de más de 25% de jóvenes desempleados en Europa y América Latina. Es la revuelta de los jóvenes por el derecho a la educación pública y gratuita en Chile que ha puesto en jaque a la clase política tributaria aún de las leyes de la dictadura.
Nuestro llamado es para construir un contrapoder social independientemente de jerarquías en las cadenas de trabajo y de empleo; contrapoder social como base de principios transversales de entendimiento entre trabajadores de los más diversos sectores y ocupaciones. Reivindicamos la Iniciativa Popular como medio de actualizar constantemente los principios democráticos en el ejercicio del poder: iniciativa de leyes y consultas plebiscitarias, interpelación y control de la autoridad, iniciativa en el referéndum revocatorio como mecanismo de control del poder. Reivindicar la posibilidad de expresarse de enormes sectores, hoy en exilio social en su propia patria: juventud, estudiantes, obreros, desempleados, profesionales, dueñas de casa, pueblos originarios, inmigrantes, campesinos, trashumantes, pobladores, pequeños comerciantes, artesanos…
Nuestro proyecto de poder es el llamado a la autorregulación democrática; a organizar el poder popular, donde el principio básico sea el poder ciudadano no sólo para elegir y expresarse, sino para ejercer derechos y tener la posibilidad cierta de llegar a la producción de nuevas relaciones sociales y en definitiva el reemplazo del sistema capitalista.
Por eso, llamamos a la construcción del poder local, fuente de una democracia participativa, a lo largo de todo el territorio nacional, esto es la construcción de mecanismos de participación directa por los habitantes de un territorio compartido, cuya implementación y organización queda sujeta permanentemente al control comunitario soberano.
Sólo esta nueva organización de las naciones podrá revertir las tendencias militaristas y autoritarias que históricamente llevaron al pillaje de nuestras naciones. Lo nuestro, la transformación social que proponemos, es el triunfo de lo local, lo sustentable y lo humano.
No hay desarrollos ineluctables. Podemos revertir las tendencias destructoras, porque desde ya nuestras luchas, las nuevas luchas sociales, se situarán bajo el signo de la humanidad, por la continuidad del hombre en la Tierra en justicia y dignidad.
* Presidente-Fundador del Movimiento de Saneamiento Político y Social [MSPS]
04/08/08
1 comentario:
Es realmente loable la claridad historica,politica-economica por parte de el escritor de esta columna.Sus datos son excepcionales y clarividentes entre tanta ceguera cultural,humana y espiritual.Espero que su luz se haga infinita en la busqueda de la verdad que ha todos los seres vivientes en este planeta nos tocara buscar.
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