viernes, 17 de julio de 2009

¿Qué es ser de izquierda hoy?


 

Para Vale


 

Más allá

de la vieja izquierda

Seis ensayos para un nuevo anticapitalismo

Ezequiel Adamovsky

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©De esta edición, Prometeo Libros, 2007


 


 

Introducción


 

La identidad de izquierda es hoy una identidad en crisis: decir "de izquierda" ya no nos ayuda a delimitar un grupo de ideas, o un proyecto, o un conjunto de valores claramente, ni refiere a cosas en las que la gente "de izquierda" necesariamente se identifique. Una crisis es tanto un momento de pérdida por la descomposición de lo existente, como una oportunidad de recomposición de cara al futuro.

Este libro intenta situarse en esta encrucijada: los ensayos aquí reunidos pretenden ser tanto un diagnóstico de los elementos de la izquierda que están caducos, como un rastreo de nuevos caminos emergentes. La voluntad que lo anima es a la vez inscribirse en una larga tradición de pensamiento anticapitalista, y apartarse de aquellos aspectos de ese legado que hoy son obstáculos para las lucha emancipadoras.

En realidad, "izquierda" siempre fue una etiqueta relativamente móvil. Surgió hacia 1816 en el contexto de la política francesa de la época de la primera Restauración de la monarquía, cuando en el parlamento los más conservadores se sentaron a la derecha, y los independientes –en general liberales– se sentaron a la izquierda. Para 1848, sin embargo, los liberales, sin haber cambiado de ideas, eran la derecha, y los republicanos y socialistas la izquierda. ¿Para qué servía la distinción izquierda/derecha, si refería a grupos políticos tan cambiantes? Servía para señalar el posicionamiento de los grupos políticos respecto de lo que se imaginaba que era el progreso social, la dirección hacia la que se suponía que marchaba el mundo. Había en esa época una imaginación más o menos compartida: el mundo marchaba hacia el gobierno representativo, la república y la democracia; marchaba hacia la expansión de los derechos sociales y hacia una mayor igualdad entre los hombres (incluso al socialismo), hacia la incorporación de las mujeres en la vida política, hacia el laicismo, o incluso el ateísmo. Como parte de esa imaginación, tuvo sentido en el siglo XIX y parte del XX delimitar una izquierda y una derecha.

La izquierda agrupaba a quienes estaban orientados a favor de esta evolución/cambio, y la derecha a los conservadores. Así, en política "izquierda" se identificaba con "cambio" y "derecha" con "conservación". Estas actitudes llegaron a ser más importantes para definir qué cosa era ser de izquierda que los contenidos mismos de cada ideología. Por ejemplo, en la Rusia de principios de la década de 1990, ser de izquierda era estar a favor de un cambio rápido hacia la democracia liberal y el mercado, y ser de derecha era defender el orden comunista. Pero por esa misma época se decretaba el "fin de la historia". Por supuesto, no existió tal final; pero su declaración sí indicaba que la evolución del sistema capitalista en un sentido "progresista" había llegado a su fin. La imaginación histórica "progresista" perdió toda credibilidad. No casualmente, fue ese el momento en el que muchas voces empezaron a decir que la distinción entre "izquierda" y "derecha" había perdido validez. En este contexto, en un breve libro titulado Derecha e Izquierda, aparecido en italiano en 1995 y editado posteriormente en español, Norberto Bobbio intentó rescatar la relevancia de esos conceptos, pero redefiniéndolos. La diferencia fundamental entre ellos reside, según Bobbio, en la actitud que cada una de las partes muestra frente a la idea de igualdad. Aquellos que se declaran de izquierdas dan mayor importancia, en sus iniciativas políticas, a las formas de atenuar o reducir los factores de desigualdad. Al contrario, los que se declaran de derechas privilegian la libertad de mercado irrestricta y la iniciativa individual. Lo interesante de la propuesta de Bobbio es que, de alguna manera, elimina la dimensión del "cambio social progresista" de la definición de izquierda.

En efecto, está implícito en esta definición que ser "de izquierda" ya no es estar en sintonía con el curso de la historia, sino tener simplemente una de las dos actitudes entre las que oscila la política actual. De algún modo, la definición de Bobbio refleja el papel que está desempeñando el bipartidismo en el mundo actual. En general, en la mayoría de los países el gobierno se alterna entre un partido "conservador" o de "derecha", que es el que profundiza las reformas de mercado aplastando lo que haya que aplastar en el camino, y un partido "de izquierda" que es el que votamos cuando la presión se ha hecho demasiado intolerable y hace falta algún paliativo, un poco de ayuda a los más perjudicados, un papel más activo del Estado, etc. Y luego el ciclo comienza de nuevo cuando, en vista de las dificultades económicas o cuando hace falta más disciplina, la "derecha" vuelve a ser favorita.

En este esquema ha desaparecido el horizonte del cambio social progresivo: lo que queda es una mera alternancia de dos énfasis distintos en la vida política, en un sistema que se reproduce sin grandes cambios. En este contexto el apelativo "de izquierda" ha perdido hoy gran parte de su validez. Carece de sentido ubicar, digamos, a un trotskista en la "extrema izquierda" y a los progresistas o socialistas en la izquierda moderada o "centroizquierda", como si formaran parte del mismo universo, como era antes, en la época en que lo único que los distinguía era la velocidad o el método con el que pretendían avanzar hacia el socialismo.

Por otro lado, existe hoy otro factor que contribuye a erosionar la identidad de izquierda: el surgimiento de ideas, grupos y movimientos anticapitalistas, radicalmente en favor de la igualdad, pero que son profundamente diferentes a los partidos de la izquierda anticapitalista que existió hasta ahora. En un libro anterior, Anticapitalismo para principiantes, sostuve que estamos presenciando el surgimiento de una nueva "familia" de movimientos emancipatorios, que se aparta marcadamente de las tres "familias" que hegemonizaron la izquierda tradicional: la de la Socialdemocracia, la del Leninismo (en sus diversas variantes) y la de los movimientos de "Liberación Nacional". La nueva familia anticapitalista, por ejemplo, se opone al vanguardismo, al autoritarismo, al centralismo, a la mentalidad "guerrera", y a la confianza exclusiva en la clase obrera como agente de cambio, elementos todos que caracterizan a la vieja izquierda. Con estas diferencias tan profundas, también entra en crisis la identidad de izquierda. ¿Somos realmente parte de un mismo movimiento político junto con partidos vanguardistas, jerárquicos, autoritarios, intolerantes, y que generan subjetividades que dificultan la cooperación y el respeto de la multiplicidad? Quienes nos sentimos parte del movimiento anticapitalista de nuevo tipo no podemos sencillamente decirnos "de izquierda" sin tener que dar muchas explicaciones para distinguirnos de aquellas organizaciones.

¿Qué es ser anticapitalista (más claro que "de izquierda") hoy, entonces? Este libro reúne una selección de ensayos que escribí entre 2000 y 2006, mientras trataba de encontrar una respuesta a esta pregunta. Aunque cada texto apareció por separado y es una unidad en sí mismo, el conjunto seleccionado de alguna manera propone un recorrido unitario, que va desde el análisis de los problemas de la cultura de izquierda que heredamos, hasta algunas ideas acerca de las formas organizativas y la estrategia para un nuevo anticapitalismo, pasando por la discusión acerca de qué sujetos sociales encarnarán el proyecto emancipatorio, y cómo se vinculan en los ámbitos local, nacional y global. A diferencia de Anticapitalismo para principiantes, este no es un libro introductorio. Aunque he hecho el esfuerzo de simplificar los temas y la escritura al máximo, se trata de ensayos que por momentos recorren cuestiones históricas, filosóficas y políticas que pueden requerir cierto esfuerzo por parte del lector. No es, sin embargo, un libro "académico" –aunque tenga referencias a autores académicos–, sino pensado desde y para el activismo. De hecho, existe una cierta injusticia que espero poder remediar al menos parcialmente en esta Introducción.

Si bien este libro está firmado por un individuo, es el fruto de un trabajo de pensamiento colectivo. Ninguna de estas ideas me "apareció" en soledad, sino en el intercambio cotidiano con otras personas. He podido reconocer algunas de mis deudas con otros autores en las notas al pie, y va de suyo que me beneficié, por mi formación como historiador, de otros muchos escritores, docentes y estudiantes que no podría mencionar aquí. Y sin embargo hay todavía tantos otros que contribuyeron al desarrollo de estas ideas... Nada de lo que aquí escribo sería posible sin las personas extraordinarias con las que tuve oportunidad de militar desde adolescente. Aprendí la mayor parte de las cosas que circulan por estos ensayos de mis compañeros de la Asamblea Popular Cid Campeador. No podría siquiera imaginar todo lo que les debo a ellos, y a los activistas de otros movimientos sociales con los que entré en contacto gracias a la Asamblea (sin ir más lejos, los primeros párrafos de esta Introducción son fruto de un intercambio con los "Vecinos Memoriosos de Caballito"). ¿Cuánto de lo que escribo lo habré escuchado de alguien en alguna Ronda de Pensamiento Autónomo, o de algún amigo de Indymedia argentina, o de algún grupo de arte político, etc.? Imposible saberlo.También debo reconocer la enorme deuda que tengo con las decenas de activistas del movimiento de resistencia global que pude conocer participando en el Foro Social Mundial y en otros encuentros. Estoy seguro de que las riquísimas discusiones en los "campamentos de la juventud" del Foro, o con mis amigos en Intergaláctika Buenos Aires, nutren más párrafos de este libro que los que yo mismo podría identificar.

Y por último están las deudas que tengo más claras. Horacio Tarcus apareció en un momento crucial y estimuló nuevas búsquedas intelectuales. Tenerlo cerca a él y al resto de los compañeros del colectivo editor de la revista El Rodaballo durante la fatídica década de los noventa fue enormemente enriquecedor. La avidez intelectual y política de mi amigo Martín Bergel, siempre un paso por delante de la mía, fue una fuente de inspiración constante. Más recientemente, los contactos con Michael Albert y Lydia Sargent, y con el círculo de gente increíble que ellos nuclearon alrededor de los varios proyectos de Znet/Zmag, me ayudaron a imaginar nuevos caminos estratégicos y organizacionales. Vaya para todos ellos mi sincero agradecimiento.

Buenos Aires, enero de 2007

1 comentario:

Anónimo dijo...

Articulo no menor considerando el fracaso de los "ismos".