Karin Sánchez
Periodista. Integró el Comité Ejecutivo de la campaña de Eduardo Frei.
Desde que comenzó la campaña presidencial, lentamente y junto al arribo de ME-O como candidato o de Sebastián Bowen al Comando de Frei, ingresó también el debate sobre la renovación política.
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Ahora bien, que entendemos por renovación política o recambio en el poder, es un concepto que deberíamos precisar.
La mayoría entiende por ello el recambio generacional, el ascenso al poder, a la toma de decisiones de las nuevas generaciones desprovistas –supuestamente- de todos los vicios que nos llevaron a perder el Gobierno. Estas generaciones deberían contar con el ímpetu propio y saludable de la juventud, con la energía para defender los principios que profesan y con la fuerza de sentirse dueños de la verdad. Me parecería legítimo preguntarse quién en la actualidad representa estos valores.
Sería saludable en este momento de introspección partidaria, que muchos de estos jóvenes que liderarán esta nueva etapa hagan la autocrítica pública que les corresponde. Los ciudadanos que esperamos mucho de ellos, necesitamos restablecer las confianzas en nuestros líderes.
En los partidos de la Concertación, la nueva generación que debería regir los destinos de la otrora coalición de gobierno, y por tanto de la oposición durante estos cuatros años, si no son más, ha sido hasta ahora, representada públicamente por la denominada G-80. Estos, tenían 20 años en aquella década, que para quiénes fuimos oposición a la dictadura militar, estuvo marcada por nobles principios. La G-80 se conoció protestando en las calles, sintiendo el miedo y el rigor de la represión. El espíritu de cuerpo y la solidaridad eran prácticas de supervivencia necesaria. Se formó políticamente en las escuelas de cuadros de los partidos y su retórica se hizo en las asambleas universitarias. De aquello poco queda, para algunos la vida partidaria y para otros sólo buenos recuerdos.
Con el triunfo de la oposición, la G-80 pasó a ser parte del gobierno y fue presa de ciertos privilegios en el aparato público, los que -a decir verdad- no siempre tuvieron su justo correlato en la vida partidaria. Muchos tuvieron que negociar hasta el último y ceder en sus principios para ser nominados por el partido como candidatos a algún cargo de elección popular. Por decirlo de alguna manera, la G-60 monopolizó el poder e impidió sistemáticamente que esta nueva generación tuviera una participación real en la vida partidaria.
Pese a ello, lo cierto es que los G-80 son los hijos políticos de los Escalona, los Latorre, los Lagos, los Gute, los Correa, y aunque hoy a muchos les disguste, arrastran con ello todo lo bueno, pero también todo lo malo de ser los hijos de.
Por lo mismo, es importante no perder de vista que muchos de estos jóvenes -ya no tan jóvenes-, ahora llamados a ser los renovadores de la Concertación, no deben soslayar el hecho de que -en su calidad de activos militantes-, por acción, en algunos casos, u omisión en otros, son responsables de no haber levantando con fuerza la voz cuando una y otra vez coexistieron con prácticas reñidas con los principios que un día -en algún teatro de sindicato olvidado- con camisa verde olivo o la falange en el pecho, prometieron defender.
Por lo mismo, sería saludable en este momento de introspección partidaria, que muchos de estos jóvenes que liderarán esta nueva etapa hagan la autocrítica pública que les corresponde. Los ciudadanos que esperamos mucho de ellos, necesitamos restablecer las confianzas en nuestros líderes, y a su vez, ellos necesitan validarse ante nosotros, porque quiénes día a día vemos la TV no distinguimos bien a los unos de los otros.
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