por Pepe Cervera
La filtración de más de un cuarto de millón de documentos internos del ministerio de asuntos exteriores estadounidense a través del grupo WikiLeaks hará imposible desarrollar las actividades diplomáticas entre países tal y como se llevaban a cabo hasta ahora, han destacado algunos especialistas en relaciones internacionales. El que se hayan hecho públicas las verdaderas opiniones que tienen los diplomáticos estadounidenses de los líderes del resto del mundo, de los intereses de algunos países, de la contradicción entre las posturas oficiales y lo que se dice en las cumbres y en general la revelación del cinismo que impera en los elevados dominios de las relaciones entre naciones va sin duda a dificultar que los diplomáticos profesionales sigan haciendo su trabajo (mentir por su país, según la célebre definición de Henry Wotton) como antes. Ciertamente las próximas reuniones en la cumbre del G20 van a ser bastante tensas, y las asambleas generales de la ONU jamás volverán a ser lo mismo. El (inevitablemente) bautizado como Cablegate ha modificado así la forma de funcionar de muchos gobiernos, en especial del estadounidense, con repercusiones que van mucho más allá del ámbito diplomático. Lo que no se ha subrayado lo suficiente es que todas estas molestias no son un efecto secundario, sino el objetivo principal del ejercicio. Julian Assange, y la organización que representa, no quieren poner en vergüenza a las élites, sino que son mucho más ambiciosos: han lanzado una cruzada para cambiar el mundo obligando a los gobiernos y a los grupos de poder a modificar su modo de actuar. No se trata sólo de transparencia: el objetivo es literalmente la revolución, un cambio fundamental en el modo de trabajar de los poderes globales. Nada menos.
En efecto, la mayoría de las comunicaciones reveladas hasta ahora no son grandes novedades, aunque desde luego tener confirmación de ciertas cosas (la presión saudí para atacar Irán, las estrechas relaciones Berlusconi-Putin, los intentos de coartar los poderes judiciales de países aliados en función de los intereses estadounidenses) es importante. No es lo mismo 'saber' que todos los políticos son corruptos o que todos los gobiernos mienten que tener la prueba fehaciente de ello. Pero sí que es cierto que hasta ahora la información extraída de la macrofiltración suena como a cotilleo glorificado sobre las altas esferas (Berlusconi se corre tales juergas que se duerme en las cumbres; Cristina Kirchner está loca; Gadaffi tiene una amante) que a escándalos capaces de derribar gobiernos. Hay quien considera que esta falta de carácter explosivo poco menos que invalida la publicación de estos papeles, y por extensión la tarea de WikiLeaks; argumentando 'míralos, lo único que hacen es satisfacer nuestra curiosidad más canalla, no luchar por la justicia'. La organización sería una versión cibernética y mundial de Sálvame, y Julian Assange poco más que los tertulianos de La Noria. No periodistas 'de verdad'; poco más que ciberporteras con aspiraciones de entrar en la historia.
En eso no se equivocan: lo que hace WikiLeaks y lo que defiende Julian Assange no es periodismo: es algo mucho más grande. La intención de la cabeza visible (y pararrayos) de la organización hacker es nada menos que hacer imposible el funcionamiento normal de las élites de poder, utilizando las filtraciones como arma para en la práctica forzar un cambio equivalente a una revolución. En 2006 Julian Assange publicó la teoría subyacente (pdf), según la cual las filtraciones no son un modo de exponer injusticias, sino un arma para dañar a los grupos organizados que conspiran para obtener y mantener el poder. Las líneas internas de comunicación seguras son requisito imprescindible de cualquier conspiración; el escape de datos desde estas redes cerradas, esqueleto de los grupos de poder, no sirve simplemente para exponer sus nefandas actividades, sino que dificulta (al hacer más arriesgada) la comunicación entre co-conspiradores. Las filtraciones matan la comunicación secreta, y con ella estrangulan la coherencia de las élites. Es algo que entronca con la ética hacker y con el tradicional conocimiento que tienen estos grupos de las utilidades de las redes de información; era cuestión de tiempo que se desarrollase una teoría de cambio radical basada en atacar la estructura comunicativa de un grupo de poder. En el más literal de los sentidos lo que Assange pretende no es demostrar la maldad de los grupos que dirigen la sociedad, sino hacer imposible que existan como hasta ahora: la amenaza de que se revelen sus actividades se encargará de paralizar sus actividades. El objetivo de WikiLeaks no es avergonzar a los grupos organizados que controlan los gobiernos y las empresas del mundo: lo que pretenden es cambiar su modo de trabajar. Julian Assange no es un periodista que desea controlar a los poderosos: es un revolucionario que quiere acabar con ellos. El hecho de que las élites de poder (e incluso cierta prensa) estén reaccionando violentamente parece confirmar que la teoría política del hacker australiano es correcta, y que los poderes fácticos se sienten verdaderamente amenazados. La revolución de WikiLeaks, teorizada por Assange, está en marcha; el mundo no volverá a ser lo que era. Próxima estación: la élite económica. Esto va a ser interesante.
viernes, 31 de diciembre de 2010
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