viernes, 25 de diciembre de 2009

Candidato a la deriva
Daniel Mansuy
Fuente. El mostrador
Master en Filosofía y Ciencia Política
http://cuadernosdelaquincena.blogspot.com
La inaudita tozudez de Juan Carlos Latorre y Camilo Escalona es el síntoma inequívoco de que, en el fondo, la elección de enero ya está jugada. Pese a que cualquier posibilidad real de Frei pasaba por que ambos renunciaran a la cabeza de sus respectivos partidos, éstos optaron por negarse rotundamente. La actitud es cuestionable, pero tiene el mérito de dar un mensaje claro: Frei ya está perdido, y la preocupación actual tiene más que ver con las cuotas de poder de la nueva oposición que con la segunda vuelta. Quizás la mejor postal sea el repentino arranque de sordera de Latorre, quien no escucha las pifias porque ya no escucha nada: Frei es la última de sus preocupaciones. Sin embargo, también hay que ser compasivos: el hombre llevaba tantos años esperando ser presidente de la DC que es normal que se aferre al cargo como un náufrago. Poco le importa que el buque se esté hundiendo.
Abandonado a su destino, el candidato da palos de ciego siguiendo un libreto que plantea un serio problema para los analistas: encontrar la lógica detrás de sus pasos. Si Frei Montalva afirmaba que no cambiaba ni una coma de su programa por un millón de votos, Frei Ruiz Tagle parece dispuesto a vender la casa, los muebles y la ropa por un puñado de electores. Llegó a un acuerdo con el PC que contiene concesiones de importancia, y aceptó luego propuestas de Marco Enríquez que antes había rechazado con vehemencia: ya nadie sabe bien cuáles son los ejes de su programa ni cuáles son las convicciones del candidato, si es que acaso las hay.
Intentó renovar, una vez más, su comando con algunas caras nuevas. Al hacerlo, eludió el problema principal, el del mensaje. Frei no ha logrado dar con un equilibrio consistente entre continuidad y cambio, entre progresismo y centrismo. Posiblemente se trataba de una ecuación imposible. Frei ha querido decir tantas cosas a lo largo de su campaña que ha terminado por no decir nada. Ya no sabemos si quiere ser el continuador de Michelle Bachelet, un puente con las nuevas generaciones (¿por qué se necesita un puente?), un progresista que no sabe muy bien qué diablos es el progresismo (¿alguien podría definirlo?) o un estatista de última hora, entre varias otras cosas. Además, Frei podrá tener muchas virtudes, pero no es un buen candidato, y eso pesa mucho cuando el viento viene en contra.
¿Cuánto no ganaría, por ejemplo, el discurso de Frei si tuviera la valentía de oponerse en voz alta al proyecto de Horst Paulmann que se acaba de reiniciar? ¿Cómo es posible que un proyecto de esa envergadura se esté llevando a cabo sin un plan de mitigación vial previamente acordado, y el candidato “progresista” no tenga nada de que decir?
No quiere decir esto que Piñera haya mostrado mucho más. Su consigna vacía del cambio no es mucho más profunda que las de Frei, y sus propuestas se pasean entre la interminable lista de supermercado y un voluntarismo rayano en populismo. Ni Piñera ni Frei han sido candidatos audaces, pero el primero ha tenido buenas razones para no serlo: siempre ha estado en el primer lugar y, en consecuencia, el desafío ha estado siempre del lado del candidato oficialista. Éste último no ha encontrado una manera correcta de enfrentarlo y, por lo mismo, los repetidos relanzamientos de su campaña se parecen cada día más a los relanzamientos de la fallida campaña de Lavín el 2005, que sólo sirvieron para terminar de hundirlo.
Además, Frei es prisionero de sus compromisos y eso le impide ser creíble en su discurso. ¿Cuánto no ganaría, por ejemplo, el discurso de Frei si tuviera la valentía de oponerse en voz alta al proyecto de Horst Paulmann que se acaba de reiniciar? ¿Cómo es posible que un proyecto de esa envergadura se esté llevando a cabo sin un plan de mitigación vial previamente acordado, y el candidato “progresista” no tenga nada de que decir? ¿El estatismo al que Frei adscribe implica entonces que la sociedad debe financiar las externalidades negativas del Costanera Center, como si se tratara de una obra de caridad pública? ¿Y el candidato opositor tampoco tiene nada que decir, pudiendo criticar con buenas razones al gobierno? ¿Debemos deducir entonces que ambos candidatos se sienten cómodos con esa manera de hacer las cosas?
Para ellos, lo mejor es guardar silencio, pues parecen haber demasiados intereses en juego. En esta situación queda la inevitable sensación de que el estatismo progresista de Frei es de cartón, y el supuesto cambio piñerista es un poco cosmético.
A falta de buenas razones, buena parte de los electores parecen enfrentados a un triste dilema: votar por uno para evitar que salga el otro. Y es innegable que, en ese contexto, Piñera tiene todas las de ganar, pues a Frei no le dan ni los números ni las ganas, y ya no le queda ni épica a la que recurrir. Pero, más que un triunfo de Piñera, en enero veremos la derrota de Frei. Será, quizás, el triste final de su carrera política. Aunque, en honor a la verdad, habría que agregar también que él buscó estar allí, con una perseverancia digna de elogio. No podrá quejarse.

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