martes, 25 de noviembre de 2008

Carta a un luchador de los 80


 


 

Quizás tengas razón, amigo Ernesto, en buscar cobijo bajo la figura de un salario. Los hijos exigen educación, salud y alimento, los años piden sosiego y quieres caminar por las calles con paso seguro y pie firme, aunque vayas pensando en lo que pudo ser…. Pero ya no fue, te dices Ernesto, y esto es lo que te ha quedado, un salario que no alcanza, unos hijos que exigen y temes que llegue la hora en que les tengas que declarar lo imposible de sus sueños, que la universidad cuesta demasiado y que tus historias de lucha, de reivindicaciones y de ideales pertenecen a otros tiempos. Ahora, Ernesto, eres el rey de tu casa, admirado y creído, ejemplo de tus hijos. Pero qué será mañana, Ernesto, cuando quieran más que frugal comida, más que escuela gratuita de barrio, cuando el capitalismo haya entrado en sus venas y fluya por su sangre como oxígeno para sus ávidos deseos. Y se miren comparándose entre ellos. Y se apunten con el dedo por lo que no son, comenzando la carrera por quién llega al podio de los ganadores aun pisoteándose entre ellos mismos. Y te miren comparándote. Y no vean en ti más que al pobre proveedor que no los llevó más que a perpetuar la miseria. Cuéntales la verdad, Ernesto. Cuéntales de las luchas y de cómo perdiste tu carrera universitaria por luchar por tus ideales, porque no es tu vergüenza sino la de los opresores el haberte cortado las alas. Cuéntales Ernesto que estuviste en las barricadas. Amigo, te conocí agazapado en el murallón universitario de la Santa María enfrentando a la policía militarizada de Pinochet, te encontré nuevamente en las aulas de la Universidad Católica de Valparaíso organizando la resistencia. Tenías voz potente y fuego en la mirada. Diles de tus sueños, de tus esperanzas truncadas, diles lo que piensas de esto que estamos viviendo y revive tu solidaridad. Sé que temes arriesgarlos a ellos, sabes muy bien cuántos murieron por ser idealistas. Sabes también de la tortura en carne propia que te dejó una rodilla para siempre rota y, como todo hombre mentalmente sano, no quieres eso para tus hijos. Pero amigo, mira y míralos, se están muriendo. No es vida vivir marchitamente condenados ante lo que no fue. Lo que no ha sido será algún día y el legado de Salvador se hará realidad en nuestros hijos: "Superarán otros hombres este momento gris y amargo". Y esos hombres son ellos, siempre que juntos les dejemos el fuego de la esperanza. Morir de a poco en un mundo ajeno es más muerte que morir de un golpe persiguiendo un sueño. Déjales, Ernesto, tu legado de ideales, transmítele la historia esperanzadora que vivimos. Graba en su mente y en su sangre las cuarenta medidas de Allende, esperando que algún día tus hijos regalen ese mundo a sus hijos. El que caiga en la lucha caerá conciente del poder de su muerte, no los relegues a la lenta muerte de la aceptación y del miedo. Ernesto, lucha hoy porque tus hijos conozcan la felicidad de ser libres en conciencia, solidarios en su pueblo, laboriosos en la construcción de la justicia, generosos en su entrega compartida. Revive, amigo, la felicidad de tus días clandestinos, dando golpes y burlando al enemigo carcelario y cruel. Revive el calor de la solidaridad compañera de esas noches de lucha, de esos días de militancia y primaveras. No prives a tus hijos de la completitud de ir tras la verdad. No esclavices a tus hijos al yugo del consumismo despiadado. Libéralos, cuéntales, muéstrales las metas que nos propusimos, deja que su juventud haga el resto. No prives a la humanidad de la riqueza de contar entre sus luchadores por la dignidad y la paz, a los hijos de un tremendo luchador como tú. El pueblo no los ha olvidado, Ernestos del mundo, no se olviden ustedes de quienes son.

Oscar Madrid

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