miércoles, 5 de noviembre de 2008

A QUÉ LE TEMEMOS


 

Cuando planteamos un cambio profundo, estructural e ideológico en nuestra sociedad latinoamericana, muchos entornan los ojos y se horrorizan de lo que, según sus creencias, estos cambios implicarían. La primera reacción de los ciudadanos no es de esperanza como debería ser en una sociedad históricamente oprimida como la nuestra, sino de rechazo aunque nadie sepa exactamente qué están rechazando. En cada país de nuestra diversa Latinoamérica se encuentran razones distintas para este irracional (natural dirán algunos) rechazo, todas razones apoyadas en los torcidos argumentos que insistentemente les plantean los medios de comunicación respecto a los fallidos intentos de sus sociedades de verdaderos cambios. En Chile, por ejemplo, el resultado del más serio intento de generar una sociedad distinta, fue la dictadura militar. Y por supuesto nadie quisiera una repetición de semejante periodo. En otros países que no tuvieron tan amargo episodio en su historia, los miedos son otros: perder su identidad, perder su libertad, perder lo que han alcanzado con sacrificio. Mas en síntesis, nadie sabe a ciencia cierta a qué temen. Pero tienen miedo.


 

Los abusadores del pueblo han sabido aprovechar convenientemente este miedo. Al ser un temor sin contenido, instintivo, casi animal, lo han llenado de argumentos y paradigmas construidos al alero de sus propios intereses. Pero, ¿a qué tememos realmente? Si fuera un miedo objetivo basado en lo que el cambio plantea, habría argumentos sólidos y se desarrollaría una enriquecedora confrontación de ideas que no haría más que solidificar, engrandecer y potenciar nuestras sociedades; pero el diálogo no se da, por el contrario se cierran las ideas. Eso nos dice que no es al cambio a lo que se teme, sino simplemente a lo desconocido, a la innovación, a iniciar un camino distinto cuyo destino no se encuentra esclarecido. Y aquí es donde radica la gran diferencia en los intentos de nuestros pueblos latinoamericanos por buscar una sociedad más justa, con los movimientos de otras partes del planeta que tienen una idea más clara de lo que los cambios significan, tienen esquemas filosóficos que los interpretan como sociedades, tienen estructuras políticas que, sin ser justas, sí son coherentes con su historia.


 

Nuestro pueblo fue quebrado en su estructura con la conquista americana de hace 500 años. Se destruyó su base social, su base religiosa, su base cultural. Se saqueó su base económica y sistemáticamente se nos impuso la creencia de que somos seres de clase inferior a aquella de los conquistadores. Sobre la estructura indoamericana destruida se impuso la estructura política de los colonizadores, quienes a su vez no tenían más motivación que el enriquecimiento y la aventura. Desde allí nacimos. Surgió con el tiempo y sostenido en la amargura de un pueblo nativo oprimido y atemorizado, una clase social de gamonales y mayorales, enriquecidos a la sombra de servir a los colonizadores y sus intereses foráneos. Con el pasar del tiempo, llegó la independencia de nuestros países y los colonizadores se fueron, dejando atrás una estructura social sin historia, sin argumentos, sin sustento más que el poder que otorga la riqueza de unos sobre la pobreza del resto. Esta debilidad estructural e ideológica generó miedos sobretodo en las elites criollas que eran las que más tenían que perder en este proceso, lo que las llevó a pactar con poderes extranjeros que se transformaron en sus bastones, generando la oligarquía que tuvo un nuevo sostén para estructurar la sociedad, emulando la estructura política que impusieron inicialmente los colonizadores europeos, pero ahora con otros amos.


 

Por eso es que en nuestra América hoy como ayer pocos se atreven a dar el salto necesario, simplemente porque nunca se ha dado, porque no conocemos una historia anterior que nos hable sobre una evolución sostenida de nuestras sociedades, porque no tenemos bases históricas y porque intuimos que es peligroso importar fórmulas de otras latitudes que no participan de nuestro quebrado pasado ni de nuestra accidentada historia. Mas ante la urgencia de que nos desarrollemos como pueblo liberado y digno, a pesar de la falta de certezas sólo queda dar el salto hacia lo desconocido, única ruta que abrirá al pueblo el camino de la esperanza. Ya algunos previeron anticipadamente que éste es el camino: Bolivar, Martí, Carrera, etc., quienes se lanzaron a la búsqueda del camino distinto y dejaron en su legado algunas señas de lo que ello significa. Hoy también hay de estos pocos iluminados que sin tener aun nombres en la historia, comienzan a perfilarse siguiendo la ruta de aquellos que prefirieron caminar caminos nuevos a pesar de la incertidumbre, en vez de quedarse anclados en los sistemas de injusticia y opresión en los cuales el pueblo no tiene oportunidad alguna de ser libre y de ser feliz.


 

Todos quisiéramos caminar senderos más seguros. Nos gustaría que para construir una sociedad más justa, una verdadera democracia, tuviéramos a la mano la receta dictada y probada, o al menos la línea conceptual sostenida por la historia, pero eso no es posible para América. Vivimos un mundo deformado por la conquista y la colonización, somos una civilización quebrada en sus raíces por potencias extranjeras que nos impusieron a la fuerza sus creencias, sus costumbres y su cultura. Y finalmente somos prisioneros de aquellos poderosos que llenaron los espacios que los colonizadores dejaron, a quienes dejamos entrar a nuestras vidas por miedo a lo desconocido.


 

Desde allí hemos nacido, desde la debacle social, cultural, económica y política que significó el que las culturas americanas ancestrales vieran torcido su camino, si no cortado para siempre, por los invasores. Somos no sólo un pueblo distinto, somos un pueblo nuevo. Entre el orgullo de nuestra naturaleza primigenia indómita y aquel de nuestra mezcla extranjera de dominadores por un lado y esclavos por otro, hemos nacido. Nuestros procesos sociales no son comparables ni asimilables a ningún otro de ninguna parte del mundo. Hemos sido tímidamente creadores de nuestra propia filosofía latinoamericana, de nuevos ritos religiosos, de una forma distinta de ver e interpretar el mundo. De estas circunstancias se han aprovechado las potencias extranjeras para subyugarnos y abusar de nuestro pueblo. De todo el pueblo. Porque hasta los oligarcas criollos han sido abusados, debiendo conformarse con las migajas que les dejan las transnacionales, haciéndolos poderosos a nuestros ojos y lacayos a los ojos de ellos. Porque ellos también tienen miedo a la innovación. Así, ni siquiera se trata hoy en día y en nuestra tierra, de lucha de clases. Se trata de dar de una vez este postergado salto hacia la esperanza, de dar este paso que hemos aplazado durante 200 años hacia lo por nadie intentado: hacia el futuro distinto, verdaderamente libre, solidario y justo de nuestro pueblo americano.


 

Oscar Madrid Martínez

*Nota de Desde la Comuna.

Los artículos de Oscar Madrid Martínez, también pueden verse en la página web de G-80. Link a G-80 se encuentra en la franja derecha de este blog.

No hay comentarios: