Hoy se nos hace claro que las señales que anunciaban la actual crisis mundial estaban hace tiempo con luces rojas encendidas y, aunque las veíamos, no nos atrevíamos a interpretarlas. El cambio climático, el aumento de la miseria, la creciente escasez de alimentos, la polarización de las ideas, el alza de los combustibles y, en general, un rumor creciente tras cada acontecimiento como ruido de fondo que no nos dejaba escuchar el sonido del mundo. ¿Qué tiene que ver todo ello con la crisis financiera? Todo. Porque el equilibrio del mundo, como todo organismo vivo, refleja el equilibrio de todos sus componentes y, cuando uno de estos componentes colapsa, es todo el organismo el que viene colapsando con él.
Ahora, en plena crisis y frente a un futuro incierto, incerteza que se transforma en expectativa, angustia o temor según menos herramientas de sobrevivencia tenga la persona, intentamos mirar al pasado para encontrar las claves que nos permitan encontrar un camino de salida hacia un futuro mejor. Mas ante este ejercicio una suerte de repulsión nos oprime, nos deja con un vacío de alternativas, con una sensación de que no están en el pasado las respuestas. Poco costará darnos cuenta que estamos reaccionando ante la imposibilidad de realizar este ejercicio ya que, siendo que hasta hace sólo ayer actuábamos en función de que desde el presente y sin repetir los errores del pasado proyectaríamos hacia el futuro la esperanza, tiempo que siempre sería mejor, hoy miramos hacia el futuro con desconfianza, lo vemos como un tiempo lleno de amenazas, con peligros de guerras extendidas a punto de iniciarse, con escasez de alimentos cada vez más crítica y con una naturaleza al borde del colapso frente al desastre ecológico al que la hemos llevado, lo que no contribuye a encontrar un nicho de bienestar para el ser humano. Hasta ahora parecía que siempre todo iba para mejor, en lo individual y en lo colectivo, mas el péndulo de la historia comienza a devolverse y nos damos cuenta que ir siempre mejorando no es una condición natural por si misma, sino una característica delicada que puede romperse. Y se ha roto. Hoy dejamos de vivir en ese permanente razonamiento que hasta hoy fue tan natural, de apoyarnos en el presente para alcanzar nuestras esperanzas en el futuro. En cambio comenzamos a vivir apoyándonos en el desesperanzador futuro, para lograr mantener lo más integralmente posible lo mucho o poco que hayamos logrado en el presente. En lo económico, en lo social, en lo político, en lo familiar, en lo individual. En otras palabras, comenzamos a sentir que debemos defender lo que hemos logrado alcanzar hasta hoy. No sueños, no esperanzas, el mejor futuro se ha transformado en una quimera al menos por ahora. Simplemente defenderse, ese será el paradigma a partir de ahora y hasta que construyamos alguna nueva y revitalizadora visión. En este sentido podemos decir que sí, que la historia tal como la conocemos ha muerto. Tal como fue construida y vivida, ha muerto.
Con la llamada postmodernidad se termina el ciclo religión-metafísica-razón; y aunque algunos inducen a la gente a repetirlo refugiándose en la religión ante las amenazas del mundo, como sucedió en otras épocas, ni siquiera ese falso refugio ya es posible dado que hemos agotado la naturaleza. Y con ello hemos agotado la vida. Habría que inventar un dios entonces que concrete la esperanza y la fe en base a la extinción de las especies, en base a la muerte por hambre, en base a las calamidades colectivas que producen las epidemias actuales. Y si siempre son los más pobres los más susceptibles de volver su mirada hacia una esperanzadora imagen de dioses salvadores, que alguien trate de construirles a ellos un dios que justifique que sean los más pobres los que con más fuerza sufran estas tragedias.
Se termina la historia, la historia conocida, esa dictada desde los altares inalcanzables de religión, metafísica y razón, dioses, misterio y ciencia. Todos paradigmas levantados en función de mantener, a través del miedo, el poder en manos de unos pocos que se han enriquecido parasitando sobre el esfuerzo de muchos y sobre las condiciones naturales del mundo. Esa es la historia que se termina, para dar paso a la conciencia individual reflejada en acciones colectivas que interpreten a cada persona. No más dictadores de conciencia poseedores de misterios que encadenan, sí personas concientes buscando juntas nuevos paradigmas que liberen para un mejor futuro. El ser humano es esencialmente libre, meliorista por naturaleza, ecléctico por evolución. En manos de seres humanos limpios de esta tragedia construida por la avaricia, está la esperanza. En manos del pueblo. De ese pueblo que se desvive por una mejor educación para sus hijos, por criarlos sanos y moralmente limpios, que sufre por los sufrimientos de su vecino y que celebra cada avance de su barrio o de su comunidad.
No debemos mirar al pasado para interpretar el futuro. Es hora de que nos miremos a nosotros mismos. De que creamos en nosotros mismos. Y que desde dentro de nosotros, desde nuestras virtudes naturales de solidaridad, lealtad, honestidad y empuje, saquemos la fuerza para organizarnos en torno a buscar soluciones a nuestras necesidades urgentes, con nuestros vecinos, con nuestra familia y amigos, lo que nos dará la estructura colectiva que, sin darnos cuenta casi, nos abrirá las puertas a nuevas verdades y a la posibilidad de un mejor futuro.
Oscar Madrid Martínez
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