lunes, 28 de septiembre de 2009

Ideas que matan

Por Manuel Riesco.

Fuente: www.g80.cl

Athos está combatiendo un cáncer. Su Samurai interno está lidiando con uno al hígado. Tan avanzado que no se le puede operar ni tratar de ninguna manera. El decano de los mosqueteros, cuyo nombre eligió de apodo, era famoso por ahogar sus penas en alcohol. Este Athos, en cambio, no bebe ni fuma, es vegetariano y hasta hace pocas semanas gozaba de una salud envidiable. El cáncer es una enfermedad muy desgraciada. Poco se sabe a ciencia cierta. A lo mejor lo contrajo por el contagio de alguien en el Metro. Resulta más probable, sin embargo, que la causa sean los indecibles padecimientos que ha sufrido durante los últimos años.

Todo por culpa de la crisis. No, Athos no es un empresario en bancarrota. Es un economista importante. Previó la crisis de 1997 en Asia y la del 2000 en el Nasdaq. Predijo entonces la que se haya actualmente en curso. El problema es que después del 2003 nadie le hizo caso. Hoy se sabe que el rebote bursátil iniciado entonces y que duró hasta el 2007, no fue otra cosa que una "euforia del tonto," en el curso descendente de un ciclo largo que dura todavía y probablemente aún no topa fondo. Pero como el rebote se extendió a lo largo de cuatro años, todos creyeron que la crisis mundial que pronosticó el 2000 se había logrado evitar. Hasta que finalmente llegó. Al menos en una fase mucho más severa. Athos piensa que la cosa será todavía peor.

Para Athos fue muy tarde. Por demasiado tiempo todos se rieron de él. Está loco, decían y para confirmarlo lo "desvincularon" - como llaman ahora el despido - del organismo internacional y la universidad donde trabajaba. Él mismo prefirió aislarse y no veía a casi nadie ¿Es ésa la causa más probable de su cáncer?

Hay ideas que matan. No solo las malditas. Aquellas perversas, repugnantes, que medran en lo profundo de nuestra conciencia reptil. Esas que se alimentan de nuestros temores. Que exterminan a miles y a millones cuando se apoderan de los pueblos y los Estados. Esas de vez en cuando atacan a cualquiera. Ningún pueblo está libre de ellas, ninguno. Tienen la recurrencia de los virus más letales. Hay que mantener siempre las defensas en alto.

En ocasiones, sin embargo, pueden también matar las buenas ideas. Aquellas que alumbran a la humanidad el devenir del mundo y el universo. Que remueven lo más noble en ella. Sostienen sus esperanzas y orientan su porfía que todo sea mejor.

A veces, éstas llegan a matar sencillamente porque no queda más remedio. Para defenderse de la agresión, la opresión o la injusticia terrible, por ejemplo. Eso suele pasar, como decía San Agustín. No nos engañemos al respecto. Seguirá ocurriendo de tanto en tanto. Al menos, mientras no se construya un Estado mundial, ilustrado, poderoso y democrático, que imponga la justicia universal por medio de la ley. Hasta entonces, los pueblos siempre deben saber como defenderse y estar dispuestos a ello. Lo mismo que hacen sus opresores, sin ningún complejo. Otras veces, las buenas ideas pueden matar porque encandilan. Se suele intentar imponerlas a la fuerza. Donde todavía no ha llegado su tiempo. A quienes no las desean.

En ocasiones, sin embargo, las buenas ideas pueden matar porque sus limitaciones quedan en evidencia. La realidad suele ponerse descarada. Dar giros caprichosos. Mostrar facetas ocultas. Cuando ello sucede, deja en evidencia la pobreza de las ideas que se tenía acerca de ella. Lo que puede resultar letal para ciertas personas. Como Athos, por ejemplo.

Las buenas ideas son parte de la esencia de la humanidad. Sólo nosotros prefiguramos lo que realizamos. Es lo que distingue incluso al obrero más chambón de la abeja más habilidosa, como decía Marx. Hacen posible el divino milagro de la creación humana.

Esto vale para el ser humano individual y colectivo, que no pueden existir separados el uno del otro. Sin embargo, al igual que en otras materias, existe al respecto una cierta división del trabajo en la sociedad. Las ideas son importantes para cualquier individuo. Para algunos en particular y para el conjunto, son un asunto de vida o muerte.

Para la mayoría, tomados uno a uno, las ideas son un asunto de orden más bien práctico. Conforman la visión del mundo y sus alrededores que resulta indispensable para desenvolverse en la vida cotidiana. El mínimo indispensable. Si la realidad da un giro y lo que hasta entonces se pensaba resultaba equivocado, bueno, se cambia y ya está. No hay drama.

Para otros, las ideas lo son casi todo. En algunos casos, es poco más lo que saben hacer. Constituyen su oficio, por así decirlo. Son lo que se llama intelectuales. Sin embargo, las universidades y centros de investigación están llenos de personas que si bien se dedican a ellas a tiempo completo, en verdad las ideas les importan un rábano. Hacen de este oficio una rutina. Si las ideas cambian ellos siguen la corriente y ya está. No hay drama tampoco. Bajo circunstancias muy desgraciadas, en el país del gran Hegel, tales "intelectuales" fueron capaces de quemar libros en los patios de las universidades. No fueron milicos combatiendo al enemigo interno, como en Chile. Allá lo hicieron ellos mismos.

Con los políticos pasa más o menos lo mismo. Es un oficio que se basa en la palabra. En ideas que remueven pasiones de masas. Que justifican y motivan acciones colectivas. Sin embargo, el oficio está asimismo lleno de personas a las cuales las ideas les importan un pepino. Están siempre dispuestos a adecuarlas o cambiarlas. Según la conveniencia del momento. De acuerdo al "rating" y las encuestas. Siguiendo la moda y la estación. Sólo les importan en cuanto saben que constituyen el sustento esencial del poder.

Al revés, existen individuos para los cuales las ideas resultan vitales. En cada lugar, en cada familia, en cada comunidad. Sin importar el oficio o condición social. También entre la gente más sencilla. Entre quienes trabajan con sus manos. Desde la antigüedad más remota y primitiva. Son ellos quienes las producen de verdad. Sacan consecuencias de las ideas que profesan. Organizan su vida en acuerdo con ellas.

No las cambian a cada rato. Solo lo hacen cuando la realidad les demuestra fehacientemente que están equivocadas. No son personas para todos los tiempos. Incluso, muchas veces no llegan nunca a vivir el suyo propio. Tales individuos son indispensables. Juegan un rol de liderazgo profundo y duradero. Cada uno en su nivel. Cuando toca su tiempo.

Como le puede pasar a cualquiera, algunos pensadores también enloquecen, a veces. Se enamoran de sus ideas. Se fanatizan. Hacen cualquier cosa por ellas. Son capaces de llegar hasta los peores extremos. A falta de reconocimiento general, crean sectas de seguidores ciegos. Se vuelven peligrosos. Sin embargo, ellos constituyen una deformidad. No son el caso general.

Al revés, las auténticas personas de ideas son capaces de repensar todo una y otra vez. Siempre se están preguntando acerca de lo que piensan. Guardan una prudente distancia de sus propias convicciones. Usualmente se ríen bastante de ellas. Saben por experiencia que no son más que aproximaciones sucesivas a la realidad. Mientras más estudian, más comprenden que es menos lo que saben. En este sentido, poseen una saludable humildad intelectual.

Sin embargo, cuando sus ideas resultan equivocadas o parecen estarlo, a los pensadores de verdad les pasa lo mismo que a Athos: se deprimen. Sufren lo indecible mientras no encuentran las nuevas respuestas, o se demuestra que las anteriores estaban en lo cierto. Pocos, en verdad, tienen la suerte de ver como la realidad demuestra que tenían razón. A muchos sólo se les reconoce después de muertos.

En el arte, un terreno muy cercano al de las ideas, pasa algo parecido. El mismísimo Bach no fue reconocido sino después de muerto. Incluso Alemania supo de él gracias a Menhelssohn. Con Marx pasó algo parecido. Más todavía: es posible que recién ahora se empiece a valorarlo por lo que fue realmente su pensamiento.

En cierto modo, a la humanidad toda le ha pasado lo mismo que a Athos, muy recientemente. Durante el siglo 20, todos vivimos convencidos que estaba naciendo la sociedad que vendría a suceder al capitalismo. Para mejor, hacia el futuro. Es lo que pensaban todo el mundo, incluidos los más fervientes partidarios de mantener el capitalismo para siempre jamás. De súbito, en 1989 el mundo dio un giro inesperado. Todo aquello se vino abajo y de sus ruinas ¡emergió un pujante capitalismo!

Sin embargo, mientras esta nueva idea no se generalizó, la humanidad cayó en cierto modo en una depresión colectiva. Cundió la desesperanza. Se perdió la fe en las ideas. La irracionalidad se llegó a proponer como un ideario. Afloraron todo tipo de mercachifles ofreciendo las más desabridas mezcolanzas ideológicas. La gente los seguía extasiadas. Sin embargo, tales "respuestas" no fueron sino ansiolíticos de talla menor.

Los verdaderos ganadores a río revuelto en esta era obscura fueron los banqueros. Por entonces todopoderosos, lograron imponer a todo el mundo su forma distorsionada de ver las cosas. Se valieron para ello de unos profesores extremistas, anarquistas burgueses que yacían muertos en vida desde que sus ideas atrabiliarias condujeron a la catástrofe de los años 1930. Les abrieron el cajón, los desempolvaron un poco y los elevaron a la respetabilidad de las cátedras y el poder de los bancos centrales. Mientras tanto los banqueros se hincharon la bolsa hasta que reventó. Finalmente, la crisis ha derrumbado todo aquello. Sin embargo, no antes de que los propios banqueros se dieran cuenta que en el nuevo mundo el balance de poder se iba a inclinar al lado opuesto del mundo. Al menos eso hay que reconocerles.

Tuvieron que pasar años antes que se encontrase una explicación racional del extraordinario fenómeno de 1989. Que fuera coherente con la forma de pensar ilustrada. A final, resultó bien sencilla. Lo que parecía un estadio superior al capitalismo no fue sino un peldaño previo al mismo. Una forma más, quizás la más avanzada, de un fenómeno que se evidenció en muchos países que atravesaban por el mismo trance más o menos al mismo tiempo. No por ello menos necesario. Notablemente progresista respecto de lo que dejó atrás. Ciertamente exitoso en esta función más modesta.

Sin embargo, este parto intelectual sólo se produjo tras sufrimientos indecibles. Han dejado su huella. Se aprecian a simple vista. Especialmente en aquellos que se propusieron la tarea de encontrar ideas que fueran capaces de restablecer la esperanza colectiva. Para reanudar la creación colectiva.

Honor a ti, querido Athos. En la tierra noble de las ideas, eres un héroe de verdad.

Manuel Riesco

No hay comentarios: